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Ilusiones

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04 abr 2017 / 23:55 h - Actualizado: 04 abr 2017 / 23:55 h.

Salió de casa a media tarde con dos o tres excusas que no convencieron a casi nadie. Pero tampoco le importaba demasiado a esas alturas de la vida; nada le iba a detener. El sol achicharraba en el centro de ese día de abril. Ese calor y el aroma de los naranjos habían vuelto a arrancar la espita de la memoria. Sí, la memoria, la misma que ya le fallaba en la cotidianidad pero que permanecía intacta en aquellos rincones y lugares en los que pulularon los que tanto le quisieron. Había apuntado en un papel adhesivo –con ilusión infantil recobrada y nervios de colegial- el circuito que haría aquella tarde de primavera. Tenía que hacer algún recado; comprar esto y aquello; dejar no sé qué razón en este o aquel sitio... pero toda esa batería de tareas intrascendentes estaba perfectamente planificada.

La había enhebrado con un cuidado circuito urbano que pasaba por unas cuantas iglesias del centro. Él ya sabía que había unos cuantos palios montados. Que aquel crucificado que tanto le impresionaba de pequeño se encontraba entronizado sobre su paso; que la rampa repiqueteaba en el corazón de la ciudad preparada para su milagro... También tenía una especial ilusión por recoger un capirote pequeñito que, más allá del cartón humilde, se convertía en una hermosa herencia. Al final convenció a su mujer para llevarse a su hija de la mano camino de ese Sol amarillo, de las calles que se abrían a sus paraísos perdidos para enseñarle, uno a uno, los rincones de esa tierra prometida en la que un día fue tan feliz.