Actualmente, dependemos de nuestros móviles, de nuestras tablets o de nuestros ordenadores personales, hasta límites inimaginables hace tan solo unos años. Y no solo me refiero a esa angustia que sentimos al olvidar el móvil en casa o no tener conexión a Internet en no sé qué sitio o la sensación de llevar en el móvil la vida entera; también señalo la gran esclavitud que significa, hoy en día, la exposición a la que estamos sometidos (sea de forma voluntaria o involuntaria) o nuestra falta de intimidad o nuestra desprotección ante acciones maliciosas que cualquiera con un teléfono pudiera cometer.
Ayer, conocimos que una joven se quitaba la vida después de que, presuntamente, un tipejo, un canalla que había tenido relación sentimental con ella, difundiera un vídeo subido de tono que protagonizaba la mujer. Da igual el contenido que se mostrara. El caso es que alguien desesperado por la presión (¡los compañeros de la empresa iban hasta su puesto de trabajo para mirar y hacer bromas entre ellos! ¿No son estos igual de canallas que el primero que difundió las imágenes?), desprotegido de los pies a la cabeza (parece ser que la empresa no activó el protocolo de acoso a un trabajador cuando es algo obligatorio; parece ser que lejos de parar el asunto, los compañeros seguían pasando el vídeo de una lista a otra de distribución), el caso, decía, es que la mujer decidió suicidarse dejando un par de niños muy pequeños en el mundo.
Difundir este tipo de materiales, aun cuando existiera consentimiento al grabar o fotografiar, puede ser motivo de ingreso en prisión. Aunque, son las conciencias de los implicados (todos los que colaboraron en la difusión) las que llevarán una gran carga a partir de ayer mismo.
Todo el que se vea afectado por algo así debe denunciar de inmediato, sin contemplaciones. Da igual si el asunto afecta a adultos o a menores. Es imprescindible que se denuncien estos casos que ya les digo yo que no son pocos. Entre los jóvenes es una especie de plaga. Entre los adultos también.
Sería muy inocente, muy infantil, pensar que nos queda lejos, que ni nosotros ni nuestras familias o amigos estamos libres de sufrir este problema. Incluso de crearlo. Un jovencito es carne de cañón con un móvil en la mano; un adulto estúpido y malvado (tampoco hay pocos) puede organizar un lío enorme a la primera de cambio. Ya saben: No hay tonto bueno.
El caso de esta mujer es extremo, pero nadie debe olvidar que cientos de personas se deprimen, sufren, sienten miedo o cualquier otra carga, por asuntos que tienen que ver con errores del pasado (seguramente, grabar un vídeo de esta categoría y dejarlo en manos de un gilipollas sin escrúpulos es un error aunque, por otra parte, el derecho a equivocarse existe), montajes o vaya usted a saber. Esto es algo que no podemos tolerar en una sociedad que quiere progresar y ser mejor.
Imbeciles, resentidos, canallas y gilipollas, hay por todos los rincones del planeta. Insisto en que cualquiera puede caer en la tentación de convertirse durante unos minutos en uno de ellos para hacer una gracia. Algo nos parece divertido y decidimos ser el bufón del grupo durante unos minutos sin valorar las consecuencias que tendrá lo que hagamos. Peligro.
Ya he dicho muchas veces que soy de los que pienso que aquí se viene a morir y a que unos cuidemos de los otros. Lo de morirnos lo llevamos a rajatabla. Pero lo de cuidar de los demás lo llevamos regular, se nos olvida casi siempre. Y es una pena.