Individuales (y II)

La autora realiza un análisis de la juventud actual poniendo de relieve la individualidad imperante en las nuevas generaciones frente a anteriores menos centradas en el amor a uno mismo

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14 jul 2018 / 20:23 h - Actualizado: 14 jul 2018 / 20:25 h.
  • Individuales (y II)

El postureo se ha implantado como forma de vida. No sólo se fingen aptitudes y actitudes, también se fabrica la percepción que los demás tienen de uno mismo. El ser humano siempre se ha movido por voluntad de poder (Nietzsche), pero la imposibilidad de alcanzarlo de forma plena ha desembocado en la estandarización de una forma de vida impostada y artificial que busca satisfacerse suscitando una sensación de cercanía al poder en los demás.

El verdadero poder, el de los mercados, ha encontrado el germen perfecto para hacernos sostenedores de su sistema: somos personas–anuncio. Gastamos cantidades indecentes de dinero en comprar artículos que no necesitamos, y depositamos nuestro bienestar emocional y el concepto social de nosotros mismos en la adquisición de productos que no podemos permitirnos. Así, paseamos las grandes marcas, haciéndonos creer que somos parte de la élite social por el simple hecho de vestir de una forma determinada.

La voluntad de poder se encuentra muy ligada a la condición humana en la medida en la que esta representa la capacidad de apareamiento. El sexo es poder, y el poder –en realidad– tiene mucho que ver con el sexo. Esa misma voluntad de poder se relaciona a su vez con la necesidad de status, y este empieza a estar determinado no por cuestiones intelectuales, sino por símbolos tan banales como el logo de una manzana. Incluso los dispositivos móviles se han sumado al carro del individualismo, proponiendo opciones personalizables y creando toda una industria en torno a accesorios para smartphones, tablets y ordenadores. Ser poseedor de un dispositivo de la marca Apple se ha convertido en uno de los elementos que determinan la consideración social. La anécdota de querer un móvil mejor se ha terminado convirtiendo en un quebradero de cabeza para los débiles de conciencia, que terminan buscando recursos de donde no los hay para sumarse al carro de la lista de clientes de las grandes marcas, aunque ello suponga prescindir de otros productos de primera necesidad.

Complejo de ‘celebrity’

Si entramos a analizar las conexiones entre la industria tecnológica y el individualismo social no podemos evitar mencionar la estructura creada en torno a las redes sociales.

Durante siglos el ser humano ha buscado referentes, líderes en los que proyectar los deseos de uno mismo. Políticos, predicadores, músicos e incluso actores han llegado a ser objeto de deseo y punto de referencia para las masas; pero la irrupción de la vida digital ha sentado las bases de un nuevo concepto de vida.

Cuando nuestros padres eran adolescentes lo normal era que usaran las carpetas como expositor de sus gustos en lugar de como material escolar. Las portadas y contraportadas apenas tenían espacio para albergar la gran cantidad de fotografías y dibujos de los personajes de moda a los que los alumnos rendían culto. Eran una especie de modelo a seguir para los jóvenes, que encontraban en su estrellato el deseo de llegar a ser como ellos.

Con la instauración de las redes cibernéticas como nuevas formas de interacción social los jóvenes –y no tan jóvenes– han conseguido cumplir el sueño intergeneracional de convertirse en una estrella. Los perfiles se han convertido en auténticos escaparates, en los que los usuarios diseñan la visión que quieren proyectar de sí mismos.

Los miembros de la comunidad cibernética imitan las formas de vida de las celebridades, su estilo e incluso su forma de posar. Es la oportunidad de hacernos creer a nosotros mismos que somos creadores de tendencias, y que nuestra existencia es útil para los demás en la medida en la que sentimos que somos imitados.

La cantidad de me gusta que obtenga una fotografía es directamente proporcional al nivel de autoestima del usuario, y la carencia de ellos un síntoma de ostracismo digital. Una auténtica fatalidad en los tiempos que corren.

Otra cuestión especialmente curiosa con la que uno se topa al reflexionar sobre los factores que han condicionado la individualización de la sociedad, es la popularidad que ha alcanzado el fenómeno bautizado como selfie. Hacerse fotos a uno mismo empieza a ser lo más normal del mundo. Lo realmente interesante de esto es el hecho de que nuestra sociedad está absolutamente obsesionada con mostrar una imagen positiva y edulcorada de sí misma. Es el culto a la propia imagen, a la concepción del ego como centro absoluto de todo nuestro universo.

Conclusiones

Podríamos pensar que el ser humano es una especie individualista por naturaleza, pero estaríamos poniendo en práctica un enfoque muy simplista y sesgado de la realidad. Lo cierto es que la individualidad que impera en la sociedad, tal y como hoy la conocemos, es el fruto de numerosos factores.

Entre ellos encontramos el cambio de los modelos tradicionales familiares, la ausencia de un modelo educativo que refuerce los valores propios de la colectividad y la vida en sociedad, el avance de la tecnología y las transformaciones en las relaciones sociales que éstas han comportado, y –como no podía ser de otra forma– los modelos de vida instaurados por el sistema de mercado, el auténtico poder. Ese que se reafirma instaurando modelos de vida que nos hacen individualistas, y nos convierten en seres acríticos. El mismo poder para el que ya no somos peligrosos, siempre y cuando sigamos centrados en nuestros propios ombligos.

Si de algo podemos estar seguros es de que el hombre ha dado un paso más allá en la involución como especie y en la destrucción de todo aquello que lo legitima como ser dotado de raciocinio: del homo sapiens al homo narciso.