‘Inseminator’

Y aquella bonita tarde primaveral del mes de mayo de 1695, en la que el sol y la lluvia libraban un igualado combate por imponer su presencia, la reina Mariana de Neoburgo conversaba con Dorotea

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27 may 2018 / 20:46 h - Actualizado: 27 may 2018 / 20:47 h.
"Tribuna"

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Miraba a su alrededor y sus ojos se humedecían por la emoción que le transmitía tanta belleza. Pero su mirada se clavaba una y otra vez en un cuadro que daba majestuosidad a aquella estancia remodelada por el arquitecto renacentista Francisco de Mora. Era para ella un placer inenarrable sentarse en su sillón preferido, siempre orientado hacia Las Meninas de Velázquez, mientras tomaba el té junto a alguna amiga de la corte, aunque tenía pocas amigas de verdad porque era vanidosa, egoísta y altanera, o lo que era más habitual, con su hermana preferida, Dorotea Sofía. Y aquella bonita tarde primaveral del mes de mayo de 1695, en la que el sol y la lluvia libraban un igualado combate por imponer su presencia, la reina Mariana de Neoburgo conversaba con Dorotea, entre sorbo y sorbo de aquel increíble té.

Pues como te iba diciendo, Dorotea, estoy empezando a pensar que la culpa de no quedarse encinta no era de la pobre María Luisa de Orleans, no. Cada día estoy más convencida de que la culpa es del rey. Porque mírame a mí, que tampoco me quedo. ¿Tú crees que es normal? Porque mira mamá, que tuvo veintitrés hijos. Vamos, que yo de estéril nada de nada.

Pero escucha, Mariana, ¿le dais al temita en condiciones?

Al escuchar aquello, a la reina, que acababa de dar un sorbo de su taza, de la impresión no se le cerró del todo la epiglotis y el té, en lugar de tomar el camino del esófago, tomó el de la tráquea. Finalmente, cuando amainó el ataque de tos, para lo que colaboró una asustada Dorotea con golpecitos en la espalda de su hermana, la reina le espetó.

¡Pero qué burra eres, Doro!

Las dos hermanas entonces comenzaron a reír por la ocurrencia. Pero de repente una luz cegadora iluminó la estancia, una luz blanca, muy brillante, con forma ovalada. A la luz le acompañaba un sonido estruendoso, como de truenos. La reina Mariana y su hermana Dorotea estaban paralizadas por el miedo. Entonces, tras unos segundos eternos, la luz desapareció junto al sonido y en mitad de la sala había un ser, un ser extraño, como de otro planeta. Era alto y fuerte. En su cabeza llevaba una barretina y vestía blusa blanca de lino, jupetí negro y faja en la zona lumbar, pantalones de terciopelo y alpargatas de esparto. Entonces comenzó a hablar.

– Bona tarda, Majestad. Soy un cyborg modelo T–155, versión Pantumaka. Vengo del futuro, del año 2018, de los Països Catalans y me envían los líderes del procés con una importante misión que cumplir. Sepa su Majestad que el rey Carlos II no la va a dejar preñada porque es de esperma vago y que morirá sin descendencia. Esto provocará un desastre en el futuro y los Països Catalans, debido a ello, perderán sus fueros. Por eso, para evitar esa fatalidad histórica, para que los Borbones no reinen en España y porque organizar la Diada es un coñazo, traigo aquí, en este maletín, una jeringuilla de inseminación artificial y en este bote una muestra de semen de Oriol Junqueras. Hemos intentado que fuera de Piqué, pero estaba ya de vacaciones con Shakira en Colombia.

Puede sonar jocoso, pero estoy seguro de que si James Cameron, en lugar de nacer en Ontario, hubiera nacido en el Alt Empordá y se llamara Jordi, habría tortas entre los productores catalanes para que se rodara Inseminator. No faltarían tampoco subvenciones de la Generalidad de Cataluña para el rodaje de la que sería obra cumbre propagandística del independentismo catalán.

La propaganda no tiene por qué ser decente, ni amable, ni débil, ni sumisa; debe ser capaz de conducir al éxito. La frase anterior resume la filosofía de alguien sin cuya colaboración, como dice Viktor Reyman, Hitler jamás habría alcanzado el poder absoluto. Es la frase que resume el pensamiento frío y despiadado de uno de los más grandes manipuladores de la información que han existido en la historia de la humanidad, el ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels.

Es muy habitual encontrarte con personas que te regalan una sonrisa displicente cuando muestras preocupación por el futuro, debido a los acontecimientos que están sacudiendo a España. Esa sonrisa displicente se la regalaban también a Wiston Churchill en el Parlamento británico, incluso miembros de su propio partido, cuando advertía del peligro que se cernía sobre Europa y que se estaba cocinando en Alemania. Lo tomaron poco menos que por un freaky. Pero Churchill era muy obstinado y en abril de 1936 dejó un discurso que deberían tatuarse en su piel todos los políticos displicentes y pusilánimes, empezando por el inconsciente Pedro Sánchez, porque juegan con fuego y no lo creen. Dijo el primer ministro británico: «El deseo más profundo de todos los pueblos, sin excluir una parte sustancial del pueblo alemán, es evitar otra horrible guerra, en la que se destruirán y arruinarán sus vidas y sus hogares y una civilización como la que hemos podido construir se reducirá a escombros y despojos. Nunca, hasta ahora, habían dispuesto las grandes comunidades de medios tan amplios para medir la agonía que se aproxima. Nunca han parecido menos capaces de adoptar medidas eficientes para impedirla».

No nos imaginamos qué nimiedad puede suponer el origen de una tragedia. Sin ir más lejos, unos simples espermatozoides vagos, incapaces de inseminar a dos reinas, dieron pie a una feroz guerra de sucesión en Europa. Pero desgraciada o afortunadamente Inseminator es una fantasía, una fantasía por la que muchos venderían su alma al diablo.