José Garduño: De lo efímero a lo eterno

Pepe Garduño, como lo conocían sus allegados, quedará marcado para la historia con un grado de maestría inédito en el efímero arte de ataviar a la Virgen

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21 ene 2018 / 20:57 h - Actualizado: 21 ene 2018 / 20:57 h.
"Cofradías"
  • La Virgen de la Estrella vestida de luto en 2013. / Álvaro Heras
    La Virgen de la Estrella vestida de luto en 2013. / Álvaro Heras

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En el ejercicio de retrospección al que estamos obligados los historiadores, resulta complicado imaginar el impacto que les produciría a los imagineros del Barroco ver a las dolorosas, que concibieron para ser ataviadas con el luto cortesano, vestidas con la exuberancia actual. Entre aquellos orígenes y el presente panorama no sólo han pasado siglos, sino también dos nombres, Juan Manuel Rodríguez Ojeda y José Garduño Navas. El primero nos suena por una historia que lo reconoce como vestidor pionero, que le aportó un carácter artístico a una labor hasta entonces complementaria y reservada a las camareras. El segundo constituirá a partir de ahora un nuevo capítulo de esa misma historia como el vestidor que alcanzó el grado de maestría, que quedaba por fijar en este ya considerado noble arte de vestir a la Virgen.

Cuando a mediados del siglo XX irrumpió en la escena cofrade Pepe Garduño, como lo conocían sus allegados, muy poco se recordaban las críticas que en los años veinte levantaron los primeros hombres, como el propio Rodríguez Ojeda, Manuel Gamero y Antonio Amians y Austria, que asentaron la figura del vestidor y subrayaron el componente estético, que desde la fecha ha primado en los modos de engalanar a las dolorosas de nuestras cofradías.

Es incuestionable que la contribución de Pepe Garduño quedará siempre unida a la imagen de la Esperanza Macarena, para la que forjó una impronta inédita y particular, considerada como el auténtico y genuino «canon sevillano», cuyas fórmulas han sido seguidas en la Semana Santa de toda España. Al rememorar ahora la trayectoria de Garduño durante más de medio siglo, es admirable la dimensión que alcanzó su trabajo, pues verdaderamente convirtió la imaginería en una obra de arte colectiva, donde la destreza de sus manos y su percepción estética aunaron la labor de los escultores, diseñadores, bordadores, orfebres y joyeros y conformaron una efigie, que no sólo expresaba un sentimiento, sino que además adquiría una elocuencia artística y una prestancia estética capaces de inspirar algo tan íntimo y profundo como el fervor de los devotos a lo largo de varias generaciones.

Para Garduño encontrarse con la Macarena era como «elevarse al cielo». Ejerció su papel siempre desde la responsabilidad y con tal sensibilidad, que para el recuerdo quedará el orfidal que la arrebatadora mirada de la Esperanza le obligaba cada vez que la vestía. Para esta imagen Pepe dio lo mejor de su ingenio a partir de la Coronación Canónica, cuando introdujo variantes tan revolucionarias como el descubrimiento del rostro y del cuello retrocediendo el tocado, la redefinición del pellizco al elevarlo y marcarlo con las características tres vueltas, coletas y pecho abullonado, los llamativos tocados con forma de rosa o corazón sobre el manto y la disposición de las joyas, como el brillante de la frente, que hoy resulta tan representativo de la Macarena como las mariquillas. No se puede entender su creatividad sin su faceta como fotógrafo retratista, profesión que aprendió con Haretón y que desempeñó de manera notable durante cuarenta años. Parece que Garduño ideaba el arreglo de la Virgen desde el punto de vista de la representación fotográfica, de tal modo que la vestimenta era concebida como un todo que en torno al rostro conformaba una imagen unitaria, que daba la sensación de haber sido tallada en un mismo conjunto. De esta perfecta conjunción entre vestimenta y fotografía nacieron estampas tan impactantes como la serie de la Esperanza Macarena ataviada con mantilla, cuya fuerza expresiva inspiró al pintor Alfonso Grosso en su cuadro de la Inmaculada de la Catedral de Sevilla.

La Estrella fue la Virgen a la que profesó su devoción durante toda su vida, la imagen a la que dedicó sus últimos esfuerzos como vestidor hasta que en noviembre de 2017 se retiró definitivamente. Fue admirable la capacidad de superación que mostró aquí, pues lejos de anclarse en su celebrado estilo, siguió investigando y experimentando con resultados tan excelentes como el luto que lució la Virgen en 2013 con un tocado que parecía pura filigrana realizada en encaje. Sorprendían a quienes compartieron sus últimos encuentros con la Estrella cómo los lamentos que le surgían mientras trabajaba por el agotamiento de los años se trocaban en renovado aliento al observar satisfecho su obra terminada.

En unas décadas los cofrades del futuro pronunciarán el nombre de José Garduño con el mismo halo mítico que hoy empleamos para mencionar a otros personajes fundamentales en la historia de la Semana Santa de Sevilla. Además de su maestría en este arte efímero, es de justicia reconocer su carácter afable y humilde, al defender siempre que su trabajo estuvo supeditado al aptitud de su hermano Antonio, su maestro. Cabe resaltar igualmente su generosidad, pues en esta cerrada dedicación fue pionero en compartir sus conocimientos a través de la escuela de vestidores que abrió en 1992. En su talento confiaron no pocas hermandades de Sevilla y su provincia que recibieron su entregada ayuda, sino también artistas, como Castillo Lastrucci o Antonio Eslava, que lo consideraron el mejor para culminar sus creaciones. Así, se podría resumir su aportación parafraseando al teórico ruso León Tolstoi, pues ha sido el arte de Pepe Garduño un medio de fraternidad entre los cofrades unidos por un mismo sentimiento devocional, un arte elemental para vida de las cofradías y un arte eterno en la memoria de la Semana Santa.

José León Calzado es historiador de Arte dedicado a la investigación, difusión y conservación del Patrimonio.