La Alfalfa

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23 sep 2016 / 21:40 h - Actualizado: 23 sep 2016 / 21:42 h.

Una larga lista de topónimos tuvo esta popular plaza que se asienta sobre uno de los foros de la ciudad romana y que fue cambiando su nombre a la par que sus cambalaches urbanísticos, siempre a la búsqueda de los puñeteros ensanches, por los que los dirigentes de todos los tiempos, en muchas de sus partidas, tenían las cartas marcadas con las machotas de los derribos.

Por esa razón se llamó calle de las Carnicerías, por albergar las más importantes de la ciudad, de la misma forma que Odrería, por los mesones que vendían vino de los bodegueros, ya que los vecinos tenían un día semanal para vender vino en un improvisado mercado de la que también se llamó plazuela de las Berzas o de las Verduras, plaza de los Ensaladeras, incluso plaza del Garbanzo en 1586.

Como en 1837, las carnicerías fueron enviadas al Mercado de la Encarnación y el edificio que las albergaba, convertido en un solar, la plaza adoptó tres nombres paralelos, el de Carnicerías, el de Carnicerías Viejas y el de Alfalfa, que pronto cambiarían por unos cuantos más porque entre 1859 y 1937 pasó a llamarse plaza del Infante Don Fernando, plaza de Mendizábal, en recuerdo de un ministro de Isabel II, plaza del Vino y plaza del General Mola, uno de los jefes militares del Alzamiento Nacional de 1936, al que pusieron un azulejo con su cara, que el Ayuntamiento tenía que arreglar cada vez que las gafas del general amanecían rotas porque el pueblo apedreaba el retablito.

En 1980 pasó a llamarse, como en la actualidad, plaza de la Alfalfa, un nombre que recuerda el antiguo Mercado del Forraje y que, desde 1852, fue muy relacionado con el Mercado de Pájaros que albergó todos los domingos hasta su desaparición en 2005, cuando una vez más el progreso del tiempo, en esta ocasión, se llevo los trinos de canarios flautas, belgas y verdigais junto a los revuelos de jilgueros mixtos y los extravagantes cantos de pájaros tropicales, de la misma forma que se fue la Cruz de hierro sobre peana de ladrillos que ahora luce junto a la fachada lateral de la Iglesia de San Isidoro, en la cima de la costanilla de las Tres Caídas de Cristo, ante el que muchas veces se reclinó un chiquillo llamado Manuel García Cuesta para pedirle por su vida, desde que de novillero soñó convertirse en figura del toreo con el apodo taurino del Espartero... Y al que las niñas de Sevilla le cantaban: «Al hijo del Espartero lo quieren meter a fraile pero su madre le dice: torero, como su padre».