La ‘ascensión’ de la Virgen de los Reyes

El dogma católico dicta que María fue subida a los cielos, pero, en Sevilla, durante su estancia en el Patio de los Naranjos, se produjo no una asunción sino una ascensión

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16 ago 2017 / 08:00 h - Actualizado: 16 ago 2017 / 08:00 h.
"La memoria del olvido","Virgen de los Reyes"
  • La Virgen de los Reyes, con el manto salmón, pasa ante el Sagrario de la Catedral. / Jesús Barrera
    La Virgen de los Reyes, con el manto salmón, pasa ante el Sagrario de la Catedral. / Jesús Barrera

Desde el negro agujero de la noche del tiempo la Virgen del corro de constelaciones del Zodíaco sube al cielo de agosto cada año llevando en su mano la Espiga, la estrella más brillante de cuantas lucen en la estación. Eso es así porque en el principio de la humanidad fue el cielo, cruzado por el sol, con su particular cadencia durante el día, y por la luna, también con la suya a través del campo de estrellas de la noche los que marcaron la pauta. El sol, la luna y un enjambre de astros fueron el libro primero, el catón de la humanidad a lo largo de milenios. En él los seres humanos aprendieron a construir ceremoniales cuyas liturgias provenían de las reglas inmutables de los cielos, muy diversas a las que, aquí abajo, regían tierras en la que todo era perecedero.

Dedicando su vida a examinar pacientemente las escenas teatrales que se desarrollaban en la bóveda celeste, muchos sabios descubrieron allí el rastro de héroes, heroínas o animales con cabeza, tronco y extremidades que, llenos de magia, se movían en el transcurso de cada noche y cada una de las estaciones del año y parecían tener influencia en los ritmos con los que, en la tierra, germinaban los frutos y se reproducía el ganado a partir de misteriosos impulsos que, procedentes de fuerzas ignotas, armaban un reloj de días fastos y nefastos.

Hubieron de pasar muchos siglos para que el sentido religioso tomara otros derroteros y entraran en juego en él el entendimiento y la voluntad y apareciera la pregunta madre de todas las preguntas, la duda entre la posibilidad abierta a todas las determinaciones y la determinación, excluyente de todas las posibilidades menos una, la conciencia de la libertad y la certeza del sometimiento a muchas condiciones.

Fue entonces cuando nació la duda y, con ella, las especulaciones teológicas que quedaban plasmadas en cientos de volúmenes escritos en todas las grafías de las gentes del mundo.

Pero aquel reloj primario, marcando con distintos colores los días, quedó incrustado en la fe de todas las razas y todas las naciones. Y allí donde los doctores de cada una de las creencias pusieron los tronos de la Divinidad, los pueblos colocaron los ceremoniales de la siembra, la cosecha, la fertilidad o el recuento de las reses.

La Historia escribe los párrafos dedicados a los hechos de guerra, los enlaces reales y el nacimiento de los príncipes pero no se ocupa del germinar de las costumbres, los usos, los ritos de colectividades sin heráldica. Casi nunca se sabe como comenzaron las cosas que atañen al sentimiento y, por eso nadie conoce cuándo las gentes de los pueblos cercanos a Sevilla –tras terminar la faena de trillar las espigas y aventar la paja– comenzaron a llegar hasta el Patio de los Naranjos pero tuvo que ser cuando el canto del Magnificat aun resonaba por entre los arcos de la vieja mezquita convertida en catedral y en lo que fuera alminar, la campana sonaba colgada de la pequeña espadaña mandada levantar por el Rey Sabio.

Luego, cuando el Emperador Carlos quiso dejar su huella –como hizo en el Alcázar, en la mezquita de Córdoba o en la Alhambra, el Hospital Real, en el ábside de San Jerónimo y en la catedral de Granada– fue la Virgen misma la que acabó, junto con Fernando III –que aún tardaría más de 100 años en ser santo– en el Patio de los Naranjos: se trataba de construir, con estilo distinto al de la seo sevillana, la Capilla Real.

El dogma católico dicta que María, la madre de Jesús, fue subida a los cielos pero, en Sevilla, fue durante su estancia en el Patio de los Naranjos donde se produjo no una asunción sino una ascensión. El ceremonial que, cada año y siglo a siglo vuelve a emparejar el reinado en la bóveda celeste de una constelación y la aparición de la Virgen de los Reyes en la Puerta de los Palos, lo confirma.