La Bienal

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24 ago 2018 / 19:55 h - Actualizado: 24 ago 2018 / 20:30 h.

Lo siento (bueno, no es verdad: no lo siento en absoluto), pero soy un incondicional de Antonio Zoido, quien desde hace años me honra con su amistad, con su generosidad infinita y con su paciencia de filósofo andaluz. Uno hace por merecer las tres, pero el objetivo es demasiado ambicioso. En su modestia –y también en parte porque es verdad, y es el primero en advertirlo–, él evita decir que esta Bienal de Flamenco que ya mismo va a empezar es cosa suya. Pero aunque muchos de los mimbres estuvieran ya puestos, otros muchos se encontraban rotos y el cesto era, a qué negarlo, una porquería por la que nadie daba un duro a meses para su celebración. La programación presentada, el trabajo hecho, la labor extraordinaria de comunicación que los profesionales llevan ejerciendo desde el primer día, la buena disposición de los artistas y el talento y la lucidez de Antonio Zoido han permitido que el Ayuntamiento vaya a salir no solo ileso sino mejorado del trance. El aperitivo que ofreció ayer Isabel Bayón, las ideas brillantes que se han incorporado este año –el pebetero de la Plaza de San Francisco, el protagonismo de Triana, la clausura al aire libre en el Puerto con una mirada a la primera vuelta al mundo– y los encajes de bolillos de unos y otros hacen que el aficionado al género y el periodista encargado de contarlo anden en estos días salivando de tal manera que a su lado el perro de Pavlov tenía la boca seca como una pita. Antes de todo, antes de las fotos y de las celebraciones, de los palmetazos en la espalda y de los menos mal que hemos salido de esta, hay que decir que esta es, indiscutiblemente, la Bienal de Flamenco de Antonio Zoido, quien con ello adquiere el derecho a salir en el reverso de las estampitas de San Judas Tadeo. Felicidades, Antonio. Sin ti esto no habría sido posible.