Nadie ha sabido explicarme
una cosa muy extraña:
¿por qué si el dolor es negro
pone la cabeza blanca.
Cuentan que a un hombre muy antiguo, de hace siglos, le mataron un hijo en una guerra y sufrió tanto que amaneció con la cabeza totalmente blanca. Mi madre achacaba lo de las canas al sufrimiento, como casi todo: las arrugas, el envejecimiento en general, los dolores de huesos...
Le hablaba de un gen asociado a la melanina, pero se cerraba en banda: “que no, que las canas salen de sufrir”. Recuerdo que mi primera cana la descubrí a la mañana siguiente de que me dejara una novia de Palmete. Aterrado, me la arranqué y en una semana tenía cien canas más. Y ya fue un no parar. Alguien me dijo que no me afligiera, porque los hombres canosos eran más atractivos que los que no tenían canas.
Creo que es verdad, que los feos con pelo plateado o gris somos más atractivos y, por tanto, ligamos un poco más que los que no tienen el pelo blanco. Por eso no nos teñimos algunos, solo los que ya ligaron y siguen enamorados de sus mujeres. Una vez me convenció mi peluquero de que probara un tinte que apagaba un poco el blanco de las canas. Se le fue la mano y cuando me miré al espejo era Paco Gandía.
Pensé en cortarme las venas en la peluquería, delante del barbero, pero me aseguró que en un mes volvería a lucir una caballera espesa y plateada. Recurrí a la clásica gorra para tapar la cabeza, pero cuando entraba en un bar o una tienda me quitaba la gorra por educación y entre el color caoba tirando a guinda, del pelo, y el sudor, aquello era un adefesio. Lo que parecía que iba a ser un mes, al final fueron seis.
Medio año sin conquistar a ninguna mujer porque con la cara tan ancha y tan blanca, y el pelo color cómoda de la posguerra, las intentaba enamorar por bulerías y se me iban por peteneras.