La crónica del verano es entretenida en lo social y casi siempre patética en lo político. A está última vamos. La condena sotto voce, con nocturnidad y premeditación, del ya exportavoz en el Ayuntamiento de la capital, Antonio Carmona, por la dirección federal y regional del PSOE, demuestra la inestabilidad interna del partido que encabeza Pedro Sánchez. Andalucía y Madrid son feudos muy incómodos para el secretario general de una formación cada vez menos democrática y flexible entre bambalinas.
Carmona se ha convertido, al igual que Susana Díaz, presidenta de la Junta (que ahora apoya a Sánchez públicamente), en un grano purulento en el trasero de Ferraz y no va a parar. Le conocí hace casi 25 años en la facultad de periodismo del CEU en Madrid, donde impartía con vehemencia unas clases de economía tan entretenidas como sus participaciones en las tertulias televisivas. El socio de Manuela Carmena se postuló ante los madrileños como un político distinto, interesante y más mordedor que Lissavetzky. Pero no fue elegido alcaldable por el partido, sino por los militantes. Y esa fue su condena, aguantando a pesar del entierro político de su amigo Tomás Gómez, al que defiende a capa y espada. Y lo ha pagado.
El PSOE no se halla y ahora anuncia que rebusca candidatos sociales e independientes, al estilo Ángel Gabilondo (hasta que se canse), para elecciones generales, municipales y autonómicas. Personas y no políticos, que diría aquel, y la casa sin barrer. Pedro Sánchez está en el ojo del huracán por sus constantes rectificaciones públicas y las continuas diferencias con los suyos. Hasta cuando.
Y el PP de Rajoy en los tribunales. Y Artur Mas que se siente atacado. Y Pantoja que está ingresada pero con permiso. Y en verano, ya se sabe: calor.