La cruz de la Inquisicion del Ayuntamiento de Sevilla

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11 sep 2019 / 08:57 h - Actualizado: 11 sep 2019 / 08:00 h.
  • La cruz de la Inquisicion del Ayuntamiento de Sevilla

La reciente destrucción de la Cruz del Arquillo de la Casa Consistorial, nos ha traído por un segundo a la memoria el celo de la Inquisicion en la persecución de conversos que alcanzaron en Sevilla desde el Secretario del duque de Medina Sidonia hasta el propio Alcalde de Olivares.

Y es que la Inquisición solo libraba a obispos, que no a los simples religiosos, bastando su mera imputación como falsos conversos. Es la imposición de la Cruz y su espada perpetuada en nuestra historia mediante castas políticas resultado de un régimen oligárquico, donde los partidos no son más que que el compendio de la manipulación de la opinión pública, en aquello que Chomsky equiparara con la coerción en un estado totalitario.

Nada nuevo, las masas enfervorecidas alentando la Ley del Talión y celebrando la hoguera de doctores y librepensadores.

No en vano más de mil personas fueron quemadas vivas en Sevilla en las hogueras de Tablada o azotadas públicamente entre el regocijo general. Ahora todo esto se retransmite por televisión en directo, con audiencias millonarias, en las que solo falta que nos salpique la sangre a borbotones. También llegará, no tengan la menor duda.

Y es que la memoria de Sevilla también es la Puerta del Perdón, precisamente la más antigua de la Catedral, por donde alborozado, el gentío trascendía en orgasmo colectivo, a través del escarnio ajeno, que aquí el escarmiento propio yace ausente, relevado por aquel.

La reflexión sobre la Inquisición, es un análisis que versa también sobre la sociedad hispalense y española. En estos días, asistimos a juicios varios donde no habrá sorpresa en las Sentencias; y ni siquiera la prisión permanente no revisable, será suficiente para el ajusticiamiento de los que encontraron una cámara en su insondable camino de perdición.

Pero lo que me gustaría poder narrarles aquí, son los detalles laberínticos por los que alguien, -a la que califican de loca- se desvió de la ortodoxia y ante las cámaras mudas y ciegas de la Casa Consistorial, derribó tan magno símbolo del esplendor del poder en nuestra ciudad.

Y no crean, tengo la duda de si no fueron dos de los tres aspirantes a la sucesión de Espadas, en una suerte de desafío a muerte, premonitorio de días de extasis y ocaso.

Y es que nos surge la duda de si la persona que la emprendió, hasta ahora impunemente, contra el signo inquisitorial del Arquillo, no será la misma que a veces situaba una cruz invertida en la puerta de la Iglesia de los Gitanos, o dibujaba ciertos signos blasfemos sobre la Iglesia devastada de San Román, en la que, por cierto, nunca se hallaron restos de madera quemada y a cuyo Manué, cantara hasta el propio Camarón.

Esa aventura de riesgo, de osadía hasta ahora impune, sin duda catalogará de loco o loca a quien haya protagonizado tan libertino comportamiento, excluyendo la petición de terceros, de procesamientos por atentado a los sentimientos religiosos.

A otros, en cambio, confieso que se nos ha despertado repentinamente alguna neurona ineficiente, y no vayan a creer que por la destrucción de los símbolos de la ciudad imperial, sino porque tal vez fuera la caída de esa Cruz, la que ha abierto las espitas y explicaría el olor nauseabundo que adorna nuestra ciudad.

Y es que Sevilla tuvo que ser y será; y bueno es que sus símbolos no sean objeto del vandalismo, como también la memoria del dolor como condición de la resurrección, que siempre preferiré calificar de nirvana.