Dentro de siete días más de 10.000 hermanos de la Macarena están llamados a decidir quién será su hermano mayor para los próximos cuatro años. Porque el domingo se tratará solo de eso, de que los macarenos elijan a las personas que asumirán el difícil reto de gobernar los más de cuatro siglos de devoción a la Virgen de la Esperanza. Y nada más. Pues ya se sabe que lo verdaderamente importante en nuestras vidas, lo cotidiano, nos viene dado desde el camarín. Es Ella, siempre la Virgen, la que nos regala las ganas de vivir de cada mañana, la que nos imprime la fortaleza necesaria para afrontar los avatares del día a día, la que nos empapa el corazón de sentimientos. La misma Macarena, aliento del alma y torbellino de esperanza, que heredamos de quienes nos precedieron como tesoro inalterable. Por eso, pase lo que pase el domingo, debemos quedar en la confianza de que la Virgen seguirá estando ahí, abrazando con su manto a todos sus hijos macarenos. Sin distinción.
Dicen que seguramente estemos ante las elecciones más igualadas en la historia de la Macarena, que hay todavía muchos hermanos que dudan sobre qué proyecto es el más conveniente y que, incluso, en ambas candidaturas cuentan, voto a voto, los compromisos verbales que han logrado hasta el momento. Y todo no es más que el resultado de una intensa campaña en la que las dos partes han demostrado que pueden existir dos modelos bien distintos para dirigir a una misma hermandad y que en la diferencia está el verdadero éxito de unos comicios cuyo principal triunfo será, más allá de quién gane, que no deje heridos en el camino. A nadie le beneficiaría que aquel que pierda se olvide de prestar su colaboración a la junta de gobierno y que aquel que triunfe no sea consciente de que en una hermandad se entra para servir y para tender la mano a todos. Esos a lo que tienen la fortuna de poder llamar hermanos.
No seré yo quien les hable de la valía de Santiago Álvarez Ortega ni de la capacidad de José Antonio Fernández Cabrero. Cada cual que saque sus conclusiones. Pero lo que ambos no deben olvidar nunca, pase lo que pase, es que por encima de ellos y de sus juntas de gobierno, de nombramientos y del itinerario de cada Madrugá, estará siempre el amor de los macarenos a la Virgen del Rosario, al Señor de la Sentencia y a su madre de la Esperanza. Será Ella y nadie más la que este domingo tenga la última palabra. Porque como siempre estaremos en sus manos. Su papeleta, que es la de todos, pondrá en el corazón de sus hijos la decisión más sabia para la hermandad. Y es que, como me dijo una vez un macareno, nunca debe olvidarse que nuestras vidas siempre son lo que la Virgen quiera de ellas.