La Pasión

La Esperanza de Soto

José Manuel Soto se ha puesto ante la Esperanza sin guitarra ni más música que su propio pecho. Y nos ha regalado una sevillana de las que te marcan. Una oración, una confesión delante del dolor más hermoso. Si no ha escuchado, hágalo. Es una sevillana de incienso y sal, de vela y altamar, de clavo ardiendo

29 abr 2016 / 23:50 h - Actualizado: 29 abr 2016 / 23:53 h.
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  • La Virgen de la Esperanza de Triana a la salida de la capilla de los Marineros durante la pasada Madrugá. / Manuel Gómez
    La Virgen de la Esperanza de Triana a la salida de la capilla de los Marineros durante la pasada Madrugá. / Manuel Gómez

La voz de José Manuel Soto es como el barro cocido de Triana, a fuego lento, cuando la pintura ya ha cristalizado sobre la fiesta del carbón al rojo vivo y la cerámica ya es más una realidad que un sueño. Así me suena su voz, sevillana y misteriosa, tersa y andaluza, con una pizca de arena y mucho de temple y buen gusto. Soto canta como canta Sevilla, amando lo que se dice, acariciando la letra y abrazando a la música. Por eso reconocemos en su voz las cosas nuestras. José Manuel es muy nuestro, muy de casa, muy de nuestras devociones y de nuestros amores.

Es un artista sevillano que todos reconocemos a caballo, metido hasta la médula en el carril y también en la costa. Con botas de montar y descalzo, con el rostro achicharrado por el sol y con la brisa marina metida en los huesos. Cantándole al amor con esa ternura propia de quien conoce el amor verdadero y llorando la pérdida de la infancia y de los primeros besos. También lo hacemos sevillano cuando le canta al Betis y cuando nos regala esas coplas que le toman el pulso a la ciudad más hermosa del mundo.

Yo le conozco porque lo siento aquí, en el corazón. Soto está en mi casa y en mi vida, en el coche y en el despacho. En mi memoria y mis tatareos. En los abrazos a la mujer que más quiero y en mis momentos de soledad. Soto es un altavoz sevillano, un trovador de buenas nuevas, un hombre con sentimientos y con ideas, capaz de proteger el universo clásico y dispuesto a subirse a las estrellas fugaces más rápidas del siglo XXI y viajar sobre ellas por el cielo. Un artistazo.

Esa garganta que le ha cantado a las puñaladas, a las caricias, a los mimos y a los suspiros, que ha recitado memorables historias de encuentros y desamores, le ha cantado una sevillana a la Esperanza de Triana que tiene tanto misterio como compás, tanta verdad como dulzura. Usted debería escucharla, ahora mismo. Búsquela en internet. ¿No ha escuchado todavía la sevillana que Soto le ha dedicado a la Esperanza de Triana? Hágalo. Es una sevillana de incienso y sal, de vela y altamar, de clavo ardiendo. Una confesión y un puñado de versos marineros. Soto vuelve a poner el barro cocido de su voz al servicio de los mejores alfareros.

La Esperanza de Soto es la capitana de todos los navíos del barrio de Triana. Guapa y dolorosa. Madre sufridora y paciente, siempre dispuesta a dar la vida por sus hijos. Es corredentora y capaz de albergar en su vientre todos los dolores del mundo, juntos. Y José Manuel Soto lo sabe. Por eso se ha ido al puente, a la Parroquia de la Señá Santa Ana, al suelo y al cielo de un lugar único en este universo de la luz y del compás. Se ha puesto delante de la Esperanza sin guitarra, sin piano, sin partitura, sin micrófono, sin más música que su propio pecho. Y nos ha regalado una sevillana de las que te marcan y se enmarcan. Una oración, una confesión delante del dolor más hermoso de este planeta

La letra aún viaja por las tejas y las paredes de cal. La música de la sevillana permanece en la paz de la orilla calma de esta parte del río. Es una preciosidad, un piropo breve y directo al corazón de la devoción a la Esperanza. La sevillana lleva guitarra y violines, instrumentos de cuerda y tambores valientes de la Banda de las Tres Caídas, lleva mucho pellizco y un eco de campanas de Cava y adoquín. Lleva las alforjas de los mariscadores y el palo de la cucaña, el cante jondo y los naturales de Cagancho. La sevillana de Soto a la Esperanza lleva mucha Pureza y cisco de fragua. Amor y torería, poso y pozo de agua fresca. Años latiendo en la cabeza y, seguramente, jornadas de inquietud y pensamiento. Lleva, en definitiva, mucha Triana.

La música de José Manuel Soto es, para mí, un remedio a la tristeza, un antídoto para el desgarro del alma. Viene a ser, en mi corazón, como la caricia de las olas del mar cuando paseas por la orilla y no esperas, de pronto, el agua en tus pantorrillas.

Hoy le he rezado a la Reina del arrabal, la morena. La misma que reconozco en la travesía de la madrugá cuando el más pequeño de mis hijos va tocando su tambor, con las manos heladas y las lágrimas surcando su cara, vestido de blanco, como la pureza de su Madre. Siempre buscando la mano de la piedra. He hablado con la Esperanza. Le he rezado escuchando la sevillana de Soto y he vuelto a reconocer mi espíritu en esa voz tersa y andaluza, con una pizca de arena y mucho de temple y buen gusto.