Sentencia ejemplar y aleccionadora en España, aunque sea de muy difícil ejecución en la pena más novedosa. El joven chino Khangua Ren, de 21 años, ha sido condenado por una juez en Barcelona al humillar a un mendigo rumano ofreciéndole galletas rellenas de pasta dentífrica, por el gusto de grabarle para difundir a través de Youtube cómo se comía su engañifa. Es más fácil detraerle recursos para que vaya pagando los 20.000 euros de indemnización. Y resulta más complicado garantizar que no utilizará una identidad falsa para burlar la condena a no poder entrar durante 5 años en Youtube, donde han quedado clausurados sus dos canales, a los que estaban suscritos más de un millón de personas, casi todos adolescentes. No obstante, es positivo que la Administración de Justicia empiece a considerar la importancia de penalizar no solo la libertad de movimientos (cuando ordena ingreso en prisión) y no solo el patrimonio económico (por mucho que se esconda a través de personas interpuestas), sino también reeducar la dimensión digital de la vida en sociedad.
Regodearse del mal ajeno y machacar al débil para darse gusto son actitudes tan antiguas como las pinturas rupestres de Altamira. No las han inventado ni los hermanos Lumière cuando alumbraron el cinematógrafo ni Vinton Cerf, Robert Kahn y Tim Berners-Lee cuando vertebraron los albores de internet. Nuestros escolares del siglo XXI descubren en la literatura del 'Lazarillo de Tormes', de 1554, cómo en la picaresca habita el burlarse de quienes peor sobreviven. La novedad es que hoy en día las herramientas de comunicación e influencia no solo están en manos de los editores de la Enciclopedia Británica o de los tiranos que censuran; no solo son los periódicos sensacionalistas de Hearst o los liberales tipo 'The Washington Post'; no solo hay pantallas para el cine de Coppola o el de Stallone; no solo se concentran las audiencias ante los edificantes Chicho Ibáñez Serrador o los morbosos Berlusconi. El gran cambio consiste en que cualquier persona tiene la posibilidad de ser más emisor que receptor. Sea cual sea su talante y su talento. Y el potencial de esa disponibilidad tecnológica, por la fascinación que deparan la instantaneidad, la notoriedad y la reciprocidad, avanza mucho más rápido e impacta mucho más fácilmente que las dinámicas de conocimiento, intermediación, contextualización y reflexión para determinar que es verdad o mentira, qué es ético o inmoral.
Durante el juicio, Khangua Ren admitió que había dejado los estudios porque quería dedicarse a ser 'youtuber' y ganar dinero de esa manera. Hizo caso a multitud de opiniones de quienes dicen que es posible profesionalizar y rentabilizar la afición a grabarse videos en pos de tener seguidores. Lo cual es casi siempre una patraña en este gigantesco culto al postureo. Y, para defenderse ante el tribunal por su felonía con el mendigo, dijo que no fue idea suya sino de uno de sus fans, pues él procuraba seguir aumentando su número de seguidores aceptando retos que le planteaban. Son las mismas complicidades, alentadas de modo inconsciente por la osada ignorancia, que impulsan a las 'manadas' a grabar sus abominables violaciones. No solo necesitan arroparse cuatro o cinco en directo. También ansían que otros lo vean en diferido. Si no están en pantalla, si no reciben comentarios, no calman su errónea búsqueda de autoestima.
Las mismas herramientas para ser emisor y receptor las tiene en su bolsillo cualquier joven. No es inevitable caer en la moda de la sobreexposición mediática, que llega al extremo de grabarse un video sexual y compartirlo; o grabarse un video estúpido en el despacho institucional donde trabaja tu pareja y publicarlo; o ser un futbolista idolatrado y emitir chorradas desde el vestuario al término de un partido, porque no tiene respeto ni a su propia reputación como deportista. Con el móvil en la mano se comporta de modo distinto la estudiante que ha obtenido en Sevilla el premio al mejor expediente académico en Cuarto de ESO. Llegó hace dos años a la capital andaluza sin saber hablar español. Es la ucraniana Lía Motrechko, de 17 años, alojada junto a sus padres en el Centro Español de Ayuda al Refugiado. Tuvieron que huir de Crimea por la invasión rusa. Como alumna en el Instituto de Secundaria Torreblanca, sus enormes ganas de aprender e integrarse en un país donde sí hay libertad han conectado con el espíritu proactivo de un claustro de profesores muy conscientes de la función emancipadora de la educación para que el alumnado de uno de los barrios marginados de Sevilla aspire a la igualdad de oportunidades. Lía se ha convertido en un ejemplo para sus compañeros. Llegó la última y es la primera. Y les hace ver lo importante que son los derechos y las libertades. Ella está mejor preparada para darle largas a las 'fake news' y a las memeces. Ella sabe que su libertad no le da derecho a quitársela al prójimo. Eso no lo tienen claro ni en Rusia ni en Cataluña. Entretenidísimos aceptando en las aulas que las mentiras son verdad.