La vida del revés

La felicidad imposible

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12 may 2019 / 09:37 h - Actualizado: 12 may 2019 / 10:00 h.
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  • La felicidad imposible

El ser humano siempre ha sentido la necesidad de clasificar, de dividir las cosas para ejercer cierto control sobre ellas, para sentir que le pertenecen en cierta medida. Los judíos dicen que poner nombre a cada cosa es poseerlas (por eso a Dios, al suyo, no le llaman de ninguna manera porque no se le puede poseer. Soy el que soy es todo lo que se han acercado en la Biblia). ¿No es poner nombre a las cosas una primera forma de clasificar y distinguir esto de aquello?

Respecto a las personas, la forma de clasificar más sencillas es (en principio) poner a un lado a los hombres y a otro a las mujeres. Desde ese punto, todo intento de agrupar se convierte en un puzzle de difícil solución. En muchos casos es lo subjetivo lo que manda y, al mismo tiempo, lo que complica la clasificación. Y eso es lo interesante.

¿Podríamos dividir a los seres humanos en felices o infelices? ¿Cuántas veces se modificarían los grupos cada segundo que pasara? ¿Es estéril el esfuerzo? Desde luego que lo es porque hoy crees ser feliz y mañana no. Pero a mí me gusta usar mi tiempo en cosas, aparentemente o definitivamente, absurdas.

Supongamos que cuatro hombres toman una cerveza después de salir de la oficina. Hablan de las esposas y la conclusión es que no hay posibilidad alguna de comprender a esas mujeres; que nadie sabe, ni sabrá nunca, qué es lo que quieren; qué se les puede dar para que estén satisfechas. Un tópico, una estupidez, que se puede escuchar cada día cuando dos hombres o más se reúnen. Incluso cuando un hombre esta solo y se lleva las manos a la cabeza con gesto de desesperación (esto es otro tópico): ¿Qué quieren las mujeres, qué necesitan? Bonita pregunta. Si encontramos una respuesta que sirva para todas, si logramos llegar a una solución, esta conversación se convertiría en un mito para la humanidad.

Acotemos algo más. ¿Qué quieren las mujeres para poder ser felices? ¿Qué necesitan todas ellas? ¿Nos distingue algo en concreto a los hombres y a las mujeres por lo que alcanzamos la felicidad de diferente forma? Parece imposible encontrar una respuesta ¿verdad? Es que lo es. Pero se puede intentar. A ver qué ocurre.

El hombre busca un hueco en el cosmos donde poder reposar. Él y el sentido que da a la vida. Piensa sobre ello y echa un vistazo. Allí ve un hueco que se parece a lo que necesita. Lo ocupa y se conforma con creer y hacer parecer que es feliz. Por supuesto, es un fracaso absoluto. Lo que parecía ser no lo era y la búsqueda continúa eternamente porque el error se repite una vez tras otra. Eso sí, ese hueco ya no lo deja de habitar. Al fin y al cabo, se puede existir con cierta comodidad. No se está del todo mal, pero adiós, felicidad, adiós. Hasta nunca. Por su parte, la mujer necesita ver el mundo en movimiento para lograr saber dónde construir un hueco en el que todo tenga sentido. Nada de casas prefabricadas, nada de creer ser felices. Necesitan serlo. Miran y deciden que, para que el sentido de su vida no termine convertido en desasosiego, en ese lugar (justo en ese) fabricarán un hueco a la medida. Otro fracaso, claro. El sentido se modifica y hay que estar mirando y construyendo cada día. La obra que jamás se completa. Adiós, felicidad, adiós. Hasta nunca.

¿Lo ven? Después de perder el tiempo, resulta que el esfuerzo ha servido para llegar a un punto conocido y considerado como cierto desde que el ser humano lo es. No se puede clasificar a hombres y mujeres haciendo un grupo de felices y otro de infelices. Nadie logra la felicidad absoluta.

Mejor lo dejamos en que las mujeres a un lado y los hombres al otro. El resto es hablar por hablar.