La galleta mojada

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16 may 2017 / 22:52 h - Actualizado: 16 may 2017 / 22:50 h.

Leer, mientras tomas un café y mojas galletas en él, es una actividad de alto riesgo. Lo más probable es que un trozo de galleta caiga sobre esa página preferida o en la que se termina aclarando la trama. Eso o que dejemos la taza sobre un papel importante para poder agarrar el teléfono antes de que cuelguen en el otro extremo.

En realidad, siempre tenemos una galleta en la mano a punto de destrozarte la vida, siempre estamos obligados a un gesto que te busca la ruina.

Me han preguntado algo en la calle. No era nada comprometido. Pero la galleta estaba húmeda y se ha caído. He pronunciado unas palabras que parecen mágicas. No me interesa nada de lo que me estás diciendo. Eso es exactamente lo que he dicho. Ha dejado su taza sobre la página equivocada. Treinta segundos. Suficiente para que todo salte por los aires. Harían falta treinta años para solucionar el asunto, para olvidar lo que ha pasado. Las cosas son así de extrañas.

Valoramos las cosas aparatosas como si fueran las únicas, las más importantes por su tamaño. Sin embargo, el mundo se mueve gracias a lo insignificante. Una frase, un beso, el roce de alguien al pasar por tu espalda, pulsar la tecla de llamada en el teléfono cuando sabes que no debes hacerlo. Somos muy pequeños y lo diminuto sirve de motor.

Poner la mano debajo de la galleta, para que no manche esa página, es otro gesto sencillo. Otra pequeñez que podría evitar un conflicto. O retirarla para que el pegote de harina caiga sin remedio en ese papel en el que se escribe el presente y buena parte del futuro. Ya digo que las cosas son extrañas. Tanto que lo mismo sirve para lo contrario.