Viéndolas venir

La grandeza de meterse a político

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Álvaro Romero @aromerobernal1
23 mar 2019 / 10:36 h - Actualizado: 23 mar 2019 / 10:37 h.
"Viéndolas venir"

En estos primeros compases de campaña he tenido la oportunidad de asistir ya a unos cuantos mítines de pueblos. En todos ellos me entristece ver exclusivamente a quienes tienen que estar, ni más ni menos: palmeros en el sentido literal de la palabra, gente convencidísima de que su líder o lideresa es la mejor opción con diferencia, de que su niño es el que va derecho, aunque los demás vayan al contrario... En ninguno me he encontrado a nadie con curiosidad por escuchar las propuestas de quien tiene el arrojo de meterse a político, sea del partido que sea. Esto quiere decir que los mítines, una fórmula del siglo pasado, no se hacen para convencer a nadie de nada, sino que se han convertido en terapias de autoestima colectiva para el grupo de vecinos que decide ir en una lista electoral.

Hasta aquí lo malo, porque insisto en que uno echa de menos esa libertad que iba tocando ya en esta democracia cuarentona para que a los ciudadanos de bien les apeteciera escuchar, debatir, sopesar, repensar, matizar, argumentar lo que tienen que contarnos estos días esos otros ciudadanos que tienen la valentía de presentarse a unas elecciones municipales, el coraje de querer hacer las cosas de otra manera, la responsabilidad de dejarse señalar y continuar con la cabeza muy alta porque es sano en democracia arriesgar y equivocarse, hablar en público y meter la pata, apostar por unas siglas aunque la mayoría no apueste; mucho más sano, desde luego, que no arriesgar y acertar seguro, que no hablar en público y meter la mano, que no apostar por nada y hacer por los demás lo que hace la mayoría: nada.

Lo bueno es que siga habiendo gente de todas las edades que descubra la evidencia de la cosa pública: que políticos somos todos y que es más fácil hablar de política que hacer política.

Lo bueno es que haya gente joven, con la frescura ingenua de la primera mirada a lo social, y gente mayor, con la rectificación sabia de no seguir en el sofá, dispuesta a implicarse en un proyecto de mejora no para su vida sino para la vida de todos.

Lo bueno es que se renueven esas ganas de hacer política con la verdad del barrio en la mirada, con los problemas vecinales en la espalda, con el grito esperanzador de que las cosas nunca deben darse por sentadas sino intentar hacerlas mucho mejor. Y si luego los votantes no confían en esa esperanza, dormir con la conciencia tranquila de que al menos se intentó...

Lo bueno, en fin, es que la inercia de la política sube a políticos que fueron ciudadanos corrientes y molientes hasta la cúspide de la responsabilidad institucional y los baja luego porque ellos mismos se ciegan en el profesionalismo de creer que la gente en general es más tonta de lo que es, que hoy todo se consigue con artificios de la emoción ensayada y que en estos días tan esperanzadores se ganan muchos votos volviendo a prometer lo que ya se prometió.

Lo bueno de la política es que es cíclica, es decir, que da vueltas como el mundo. Y que, como el mundo, está en nuestras manos, aunque haya políticos que lo hayan olvidado.