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La hija de Salazar

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29 sep 2017 / 13:53 h - Actualizado: 29 sep 2017 / 13:57 h.
"Excelencia Literaria"
  • La hija de Salazar

La miró una vez más antes de abandonar la ventana y entrar en su alcoba. Sabía que estaba mal observar a escondidas a una dama, pero no lo podía evitar. Su sonrisa y aquel ligero rubor en sus mejillas mellaban su joven corazón más que cualquiera de las damiselas que luchaban por convertirse en su esposa, en reina de Castilla.

La joven llevaba unas semanas residiendo en la Corte, debido a un consejo extraordinario convocado por el rey. Los nobles habían acudido al Alcázar, para contento del príncipe, pues hacía tiempo que no se encontraba con todos sus amigos. Aún así, no había entrado en sus planes enamorarse, y menos de Blanca, hija del conde de Salazar.

—Alfonso, ¿qué te sucede, buen amigo? —el joven que hablaba estaba recostado en el muro de piedra, a la derecha del mirador. De espaldas al bello paisaje, miraba divertido a su compañero de la infancia, que se paseaba de un lado a otro de la estancia con las manos entrelazadas y mirando al suelo.

—Nada, Fernando. Sólo estoy pensando.

—¿Pensando? —se rió—. Vamos, Alfonso, a mí no me engañas. ¿Qué le sucede esta tarde a Su Majestad? —la burla tiñó sus palabras, a la vez que, de nuevo, rompía a reír.

—¡Te he dicho que nada! —el príncipe dio una patada fuerte al piso y miró furibundo a su amigo.

—Está bien, está bien... —levantó las manos, rindiéndose, mientras la risa seguía brotando de sus labios—. Pues yo sí tengo algo que decirte, Alfonso.

El tono, de súbito serio, adoptado por su amigo, alertó al futuro monarca, que se detuvo de pronto frente a la ventana.

—¿Qué ha pasado, Fernando?

—Nada, nada —entornó sus negros ojos—. Quiero decírtelo a ti antes de que se enterare la corte.

—¿Qué sucede?

—Antes de que en el baile de esta noche se haga público.

—¿Qué cosa quieres contarme, Fernando? ¿De qué hablas?

El joven cogió aire.

—Esta noche se va a anunciar mi compromiso, Alfonso.

—¿Con quién?

—Con Blanca, la hija del conde de Salazar. Tu padre, el rey, ha dado su consentimiento; nos casaremos a principios de verano.

El silencio inundó la sala. La mente del príncipe trabajaba a toda velocidad para analizar lo que acababa de oír: su mejor amigo iba a casarse con la misma mujer que a él le gustaba.

—Vaya... Esto... Yo... No sé qué decir, Fernando —se trabucó al hablar, pero su amigo no captó el motivo.

—Vamos, Alfonso, tampoco es para tanto. Algún día iba a pasar, y te mentiría si te dijera que no me siento dichoso. Al fin y al cabo, ya tengo edad de contraer matrimonio, y la dama es realmente hermosa, inteligente y dulce.

—Pues no me esperaba esta nueva de tu parte, eso es todo —su expresión desmentía las palabras recién pronunciadas. Aun así, continuó—. No quiere decir que no me alegre. De corazón, Fernando, enhorabuena por tu compromiso.

El aire estaba viciado, y el caballero miraba desconfiado al que era su amigo de infancia. Alguna pieza no le encajaba. Sin embargo, lo dejó pasar, pues sólo podría saberlo si el príncipe se molestaba en contárselo.

—Gracias. Para mí es importante tu satisfacción —le sonrió cálidamente, mas el otro no pudo sino esbozar una mueca.

—Deberíamos irnos –indicó Alfonso-; el torneo de principiantes está a punto de empezar. Debemos presenciarlo.

—Eh... sí, en efecto. Mi padre me pidió que lo presida porque él estará reunido. Vamos. Es en el patio de armas. Aunque no entiendo el afán por hacer rimbombante ese juego de niños.

Las palabras del joven príncipe se perdieron por el corredor. Iba seguido de su amigo, que le daba vueltas a la sequedad del heredero y al monólogo sin sentido que mantenía en esos momentos, evidenciando su afán por olvidar la reciente conversación. Un sexto sentido le avisaba de que no estaba de acuerdo con su compromiso. Lo que no alcanzaba a descubrir era el porqué.

La hija de Salazar
Isabel Ros Yepes
Ganadora de la XII edición
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