La Lechería amarga

23 sep 2016 / 23:51 h - Actualizado: 23 sep 2016 / 22:45 h.
  • La estremecedora imagen de niños apilados en cajas de cartón en Venezuela. / M.G.
    La estremecedora imagen de niños apilados en cajas de cartón en Venezuela. / M.G.

La fotografía le ha dado la vuelta al mundo. Una imagen no es más cruel porque muestre más o menos sangre. Tampoco porque en ella aparezcan muertos, heridos o tragedias naturales, ni tiene que ponerle color a la cara canalla del terrorismo para recordarnos todas las miserias que guarda el hombre en un corazón muchas veces negro como el petróleo. Una fotografía, un documento gráfico periodístico, puede clavarse en el alma como una daga aunque en ella aparezca una alineación angelical de bebés sanos en principio y atendidos sin embargo como animales desde los primeros instantes de su corta vida. A menudo he pensado que nacer en un sitio o en otro determina la suerte de una persona.

La imagen tomada en el hospital público Domingo Guzmán Lander de la localidad venezolana de Lechería (Lechería tenía que llamarse) es de una crueldad terrible. Otra muestra más –en seco esta vez, sin pateras– de que para muchas personas, mafias y sinvergüenzas agazapados en las siglas de un supuesto partido político los seres humanos no son más que una mercancía.

En la instantánea aparecen pesebres que un día embalaron productos comerciales, que guardaron archivos y material y que hoy hacen las veces de cunas con las esquinas pegadas con cinta adhesiva de colocar vendas. En esos recipientes, que invitan a pensar en la cantidad de personas que hoy aún duermen en cajeros automáticos y soportales con la única caricia del áspero cartón y un cielo a veces criminal, parecen descansar –ausentes– los herederos de nuestro mundo.

Esos bebés son como bolitas tiernas de gloria sedientos de teta y ternura, enroscados en cajas de cartón como mercancía, apilados como gestiones pendientes de hacer. Eso sí, todos ordenados de la misma forma, bajo el signo de una igualdad mal entendida que no atiende más que a pensamientos viscerales, extremos, absurdos. Detrás, gestores que culpan a la humanidad mientras tienen agujeros enormes en los bolsillos del sentido común y el amor al prójimo. Gentes que perdieron la vergüenza y que emplean más recursos en destrozar que en edificar, en lastimar que en crecer, en buscar enemigos en lugar de soluciones.

Pero cada día pueden verse en esta Europa que llamamos civilizada imágenes aún más determinantes que ésta de Venezuela. Aquí se maltratan menores, se abusa de ellos y seguramente no se publiquen fotografías en la prensa como la que hemos visto de Lechería porque provocarían el rechazo general. Se volvería la cara. Es el mismo fracaso, pero maquillado. Sucede igual en el mundo radical islámico, en el que crucifican, degüellan y realizan todo tipo de aberraciones con los menores. Además, en los océanos flotan a diario cientos de pequeños cuerpos. Unos llegarán, dormidos eternamente, a una orilla. Otros serán alimento del reino animal acuático. Y todos son niños, proyectos de mañana, sueños de futuro. En todas las partes del mundo los niños son el nudo inocente en el que siempre se rompe la cuerda. Los niños son los ceniceros, los cubos de basura, el recogedor bajo la escoba.

Cada vez que en el mundo se maltrata a un niño está fracasando el mismo mundo, entero, sin excusas. El sufrimiento de un niño es la demostración tácita, exacta, de la existencia de la maldad. La foto de Lechería amarga. Porque viene a recordarnos lo mal que hacemos las cosas en todas las partes del mundo. No excusemos el espíritu de este tipo de documentos –denuncias que muestran una realidad palpable– bajo el paraguas de la falta de recursos y las necesidades. Ni los niños patera mueren por necesidad (lo hacen por las mafias que manipulan esa necesidad), ni los niños cristianos mueren en Irak por una guerra que llaman santa, sino por terrorismo cruel; ni tenemos a niños ahora mismo en nuestro barrio sufriendo porque la vida es muy dura, sino porque estamos fracasando a nivel político y social y todos tenemos la culpa; ni los pequeños bebés de Lechería duermen en cajas de cartón porque no hay dinero para cunas. Maduro gasta en cualquier mitin los bolívares necesarios para comprar decenas de miles de cunas.

Cuando una persona, con los problemas que tenga, duerme por las noches en un banco del parque es porque no tenemos lo que hay que tener para evitarlo. Cuando un bebé es maltratado, se ahoga en el mar de la desesperación o duerme en una caja de cartón es que, directamente, no tenemos vergüenza.