La leyenda blanca del Rocío

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14 may 2016 / 15:12 h - Actualizado: 13 may 2016 / 15:14 h.
"Rocío","Scripta manent","El Rocío 2016"

Sobre la Romería del Rocío pesa una leyenda tan negra como injusta: la de que se justifica en la devoción algo que, en virtud de lo que cuentan los detractores de la fiesta, sería poco menos que una bacanal.

Si por algo será recordado el Rocío de 2016 es por las lluvias que han desdibujado los caminos de la misma manera que esa citada leyenda negra desdibuja los senderos de la fe que son por los que realmente se mueven los devotos de la Blanca Paloma. Y si para algo habrán servido esas lluvias intensas será para lavar también en gran medida esa injusta tergiversación de la fiesta grande de las marismas.

Todos los romeros, desde los de la Hermandad Matriz de Almonte hasta los de la última asociación constituida habrán puesto rumbo a la aldea sin mirar a otro cielo que aquel que sueñan en sus corazones, y en el que no hay nubes ni lluvias. Solo luz blanca. Todos habrán entendido la peregrinación como una penitencia de la que ya no es tiempo, impuesta por las incomodidades de la ropa mojada o del barro en los botos. Y ninguno en cambio habrá dudado en cumplir con el rito y la devoción, sabiendo que el camino deparará momentos imborrables en la memoria, como aquellos en los que el peregrino se encuentra con la lucha más feroz que puede concebirse: la que le enfrenta consigo mismo en las profundidades del alma.

Llegaron los romeros a los pies de la Reina de las Marismas con la estampa de una proeza atesorada en el semblante. Lluvia y frío poniendo la atmósfera de sueños y de desvelos, donde otros caminos estuvieron tal vez los trasnoches, los tragos de vino, el polvo que levantaban los pasos de los primeros bailes que se dibujaron sobre las arenas, ahora cuajadas en terrones de barro denso, de la Raya Real.

Pero los que no habrán llegado este año, los que no habrán hecho el camino, serán aquellos otros rocieros de mentirijillas que se apuntan solo a la fiesta, aquellos que llegan a la aldea almonteña y ni siquiera van a la ermita a postrarse ante la Virgen. Y que, por cierto, son los auténticos devotos los primeros en censurar su actitud, incluso haciéndoles protagonistas de recordadas sevillanas que se cantan año tras año.

Por supuesto que los hay. Por supuesto que a El Rocío y a los caminos llegan quienes son llamados solo por el calor de la fiesta entendida exclusivamente en el más lúdico de sus sentidos. Pero también hay violentos en los campos de fútbol, que buscan pelea sin mirar siquiera al terreno de juego y ello no quiere decir que no haya auténticos aficionados al fútbol, sensatos y honestos en las gradas. U otras muchas comparaciones que serían igual de odiosas y que contribuirían a ratificar lo que dice precisamente el Evangelio cristiano acerca de los justos y de los pecadores, y de como unos pocos vierten culpa inmerecida sobre otros.

Dicho queda, scripta manent: las lluvias han servido este Rocío para limpiar los caminos de falsos devotos de la Virgen. Para teñir de blanco radiante la leyenda negra que habla solo de placeres primarios y no de luz en los rincones oscuros del corazón, de una necesidad de espiritualidad potenciada por los distintos elementos del entorno que envuelve a la fiesta del Rocío. Por ejemplo, el hecho de que para llegar a la ermita haya que cruzar paisajes sobrecogedores, como las marismas en las que el mar quiere abrazarse con la tierra firme, confundiendo las lindes de uno y otro en ondas suaves dibujadas sobre la superficie del agua y de las arenas. Como el río grande que se desvanece en su agonía atlántica con la milenaria Sanlúcar como testigo que da fe de la muerte del Guadalquivir. Como los pinares, los enebrales y los lucios que sobrevuelan ánsares y milanos. Las dunas. Las chozas marismeñas de adobe, cal y juncos, traídas a la vista por la memoria de otro tiempo.

Todo ello contribuye a que haya alegría en torno a la romería. ¿Quién dijo que los peregrinos debieran ir cubiertos por un antifaz y no con una guitarra en las manos? ¿Acaso no habla también el Evangelio de la alegría de los apóstoles en Pentecostés por la llegada del Espíritu Santo? ¿No se inspira esta fiesta cristiana en la entrega de la ley de Dios a los judíos, también motivo de alegría? ¿No tendrá que ver también con la exuberancia de la naturaleza en un tiempo como la primavera y en un lugar como las marismas en las que se manifiesta con una innegable explosión de energía telúrica que se apodera de los sentidos? Lo que no tiene razón alguna es que nos quedemos con el envoltorio, que la fiesta del Rocío sea desposeída de su verdadera lógica y origen, que es el de la fe. Pero tampoco la tiene que se pretenda desposeer de la alegría a algo que es una fiesta enraizada en todos los elementos descritos: el sentido religioso de celebración, la hermandad, la naturaleza...

Las lluvias de este Rocío, unidas al sol radiante que está por venir y que ya despunta en las Marismas de Doñana, traerán a la Baja Andalucía una nueva, fecunda, pletórica primavera. Las lluvias de este Rocío también habrán contribuido a desmontar un falso mito, una leyenda negra que tiene el ánimo de hacer desaparecer las devociones de los caminos, para cubrir las arenas solo de juerga y borracheras. Las lluvias habrán servido para vestir de blanco esa leyenda. De la luz de la fe. Del blanco de la Blanca Paloma