El 11 de septiembre se celebra la Diada, el día de la comunidad autónoma de Cataluña. Se conmemora la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas al mando del duque de Berwick durante la Guerra de Sucesión española en septiembre de 1714. Su celebración se remonta al año 1886, año en el cual varias entidades catalanas organizaron una misa en favor del recuerdo de los fallecidos en la ya mencionada guerra.
Sea como fuere, la Diada tenía un sentido festivo, de recuerdo, de unión. Para otros muchos catalanes, la Diada significaba además de lo festivo un día donde prevalecía lo cultural, incluso se celebraba la misma conmemorándose la defensa de lo autóctono, lo catalán.
Pero –desgraciadamente- la Diada se ha convertido en una liada monumental en Cataluña. Desde el año 2012 fundamentalmente hay muchos intereses partidistas, los diferentes gobiernos se han adueñado de la fiesta de la comunidad autónoma para reivindicar sólo y exclusivamente la independencia de parte del territorio nacional. Allí –al día de hoy – no tienen cabida quienes se sienten catalanes y españoles; bueno rectifico, no tienen cabida para los actuales gobernantes. Es inadmisible, deprimente, obsoleto, injusto, penoso – y muchos más calificativos que me vienen a la cabeza- observar cómo el día de Cataluña sólo lo pueden celebrar la mitad de los catalanes, entre otras cosas, porque la otra mitad no están invitados o -peor aún- están invitados a comulgar con planteamientos independentistas y acciones que rozan o se quedan fuera de la ley.
El buen gobernante es aquel que lo hace para todos sin exclusión, y lo más lamentable de la celebración de la Diada es ver cómo un día que debiera ser de celebración y puntos de encuentro lo han convertido en desunión y tensión entre catalanes, entre españoles.
Mientras tanto, ¡sé feliz!