La lira rociera de Muñoz y Pabón

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05 sep 2018 / 21:01 h - Actualizado: 06 sep 2018 / 12:26 h.

En 1917 Juan Francisco Muñoz y Pabón fue unánimemente reconocido por unos escritos y sermones, que reavivaron la devoción mariana de la ciudad durante la conmemoración del tercer centenario del voto inmaculista de Sevilla, propiciando un entusiasmo que fue recapitulado un año después en la conclusión del Monumento a la Purísima de la Plaza del Triunfo. Sumando a este espíritu su implicación en la Coronación Canónica de la Virgen de los Reyes y en la popular de la Macarena, no es de extrañar que el canónigo regresase de la romería del Rocío de 1918 tan convencido de que la Blanca Paloma debía ser coronada que al día siguiente, desde este periódico, puso la pelota en el tejado, levantando una vez más tantos aplausos como reprobaciones. Tan rápido como el Cardenal Almaraz y su círculo de rocianos iniciaron los trámites y constituyeron las gestoras de la suscripción popular para la nueva corona, el párroco de Niebla reclamó públicamente la autoría de aquella idea, originando una pugna que, lejos de quedarse en los papeles, inspiraron unas coplillas propagadas rápidamente a partir de la publicación de la bula de la coronación, firmada por el papa Benedicto XV el 8 de septiembre de 1918.

El de Hinojos intentó aplacar el rumor defendiendo que eran alabanzas lo único que debía cantarse en la romería de 1919 y, como contrapartida, explicó que hubo de descolgar «su lira de los sauces del río de Babilonia» para componer unas seguidillas que animaran el «jaleo de las carretas romeras». Esta alusión al conocido como salmo de los cautivos, ahora trocado en anhelo rociero, manifiesta la intención de dotar a sus sevillanas de un sentido plenamente religioso, que trató de combinar con una «factura todo lo popular y rociera que se podía». Ciertamente, su profunda formación teológica se refleja en el sabio uso de las alegorías de las Letanías Lauretanas y esencialmente de los símbolos inmaculistas del Cantar de los Cantares, que, tamizados por el contexto geográfico y costumbrista de la fiesta, celebran a la Virgen del Rocío como regalo bajado de los cielos y así la invocan en su condición de «Reina» ante su coronación y «Madre» como intercesora.

De este modo, el lirio de Sarón pasa a ser «de las Marismas» para aclamar su pureza y atesorar como «pomo de aromas» su perfume de santidad. La fuente de los huertos, pozo de aguas vivas se representa en el «pocito del Rocío», cuyo manantial incesante se antoja como metáfora de la mediación constante de María, Auxilio de los cristianos. Siguiendo esta figuración, no falta por su carga simbólica la alusión a la salida al alba de la Virgen por las marismas, que es cantada en claro símil con aquélla que surge cual aurora, bella como la luna y refulgente como el sol. En su particular defensa del rezo del Santo Rosario en la aldea, las letanías son constantes para ensalzar a la Virgen como Salud de los enfermos, Rosa Mística («temprana»), Estrella («reluciente») de la mañana y también como Consuelo de los afligidos al ser implorada como «vida y dulzura de todo el que le cuenta sus amarguras”. La Reina de las Marismas es proclamada igualmente Arca de la Alianza, convirtiéndose la ermita en sagrario ante el que hasta «los caballos y bueyes se arrodillan» y como Puerta del Cielo, transformándose las leguas del camino en «escalones por donde van al cielo los corazones». Junto a estas alabanzas, las menciones a la corona glorifican el rango de Reina y Patrona de la Blanca Paloma, encomiando la presea no sólo por el brillo cegador de su pedrería, sino como ofrenda de amor de todos los pueblos, pues recordaba a la vez que «mucho vale una perla, mucho un diamante, pero más los amores de un pecho amante».

Muñoz y Pabón concluyó su composición poco antes de la romería, pues a finales de mayo envió los primeros borradores y autografió las estrofas sobre las varillas de un abanico que regaló a su hermana Concha y en el que aún se evidencian cambios de última hora. La Junta de la Coronación compiló sus diecinueve sevillanas y el resto de coplas en panfletos, que fueron distribuidos por todos los pueblos rocieros, alcanzando rápidamente un gran éxito. El propio autor admitió en varias cartas su triunfo y en una de sus crónicas ilustró esta aceptación con la anécdota del anciano que acudió a su domicilio para besar sus manos y explicarle como la emoción producida por la lectura de las letras había quitado el apetito e incluso hasta el sueño a toda su familia.

Convertida en guitarra flamenca, la lira con la que los griegos cantaron al Olimpo y de la que el rey David extrajo tan bellas melodías prestó en 1919 sus acordes para que Muñoz y Pabón coronase a la Virgen del Rocío con este conjunto de rezos y alabanzas a compás de sevillanas. Al igual que el ambiente concepcionista de la época motivó la inspiración de la corona de oro en la portada por la Inmaculada grande de la Catedral, esta corona lírica hundió sus raíces en la literatura sacra que significa a la iconografía de la Purísima. De este modo, las llamadas Sevillanas de la Coronación unen en sus letras lo divino, lo cotidiano y lo humano con extraordinaria naturalidad y con una expresión espontánea netamente andaluza, que las hace tan emotivas como singulares y auténticas. Por su profundidad teológica y piadosa y por sus valores históricos, literarios y musicales son piezas fundamentales del patrimonio etnológico de Andalucía, compendio sentimental de la devoción rociera y manifestación de la identidad cultural de la romería.