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Viéndolas venir

La mala educación

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Álvaro Romero @aromerobernal1
13 nov 2018 / 08:18 h - Actualizado: 13 nov 2018 / 08:20 h.
"Viéndolas venir"

Una de las peores consecuencias de la saludable inestabilidad política en democracia es que siempre le toca a la Educación aguantar el zamarreo entre partidos, como si el sistema educativo público fuera recurrentemente un instrumento de venganza que la derecha usara contra la izquierda y viceversa. Y siempre con cuestiones nada edificantes y poco educativas.

Al PP suele preocuparle que la Iglesia católica pierda influencia en las aulas, mientras que el PSOE juega a hacerse amigo de los alumnos, siempre intentando buscarles atajos legales para que aprueben incluso sin dar un palo al agua. La actual ministra socialista defiende ahora que se pueda aprobar el Bachillerato con una asignatura suspensa porque “no se puede condenar a nadie”, sostiene, y porque “el peor castigo es la rebaja de la autoestima”, como si suspender fuera consecuencia del malévolo capricho del profesor de turno y no de la falta de trabajo o de la desconcentración motivada por los factores que sean...

Suspender una asignatura no es ninguna condena ni ningún castigo, sino el acicate para seguir aprendiendo lo que no se ha aprendido definitivamente, máxime en una etapa de la educación que para nada es obligatoria. A quien se condenaría y castigaría, en todo caso, es al profesor al que se ignora desde el sistema público; a los compañeros que sí se esfuerzan por aprobar -en un sistema verdaderamente igualitario y garantista-; a la lógica aplastante de que uno aprueba solamente cuando es capaz de demostrar que ha interiorizado lo que le han enseñado.

Pero vivimos una época eufemística en la que siempre triunfa la política general de no llamar a las cosas por sus nombres, en la que el sistema de enseñanzas se sustituyó -para nada causalmente; las palabras nunca son inocentes- por un sistema educativo, obviando la necesidad de que los niños -salvo causas mayores- llegaran al aula ya educados por sus padres, dispuestos a aprender a leer comprensivamente, matemáticas, idiomas, historia, ciencias; en la que las asignaturas se rebautizaron como materias y los aprendizajes como competencias. Vivimos una época demagógica en la que triunfa esa falacia de que en la escuela no es tan necesario aprender los logaritmos como las cláusulas de la hipoteca; la historia de la literatura española como la prevención contra el maltrato; la historia de España como la oposición a la violencia... como si el problema de que haya clientes engañados por los bancos o violentos en casa y en la calle no fuera un problema previo de falta de educación en casa y enseñanza en la escuela; como si enseñar lo mejor posible las matemáticas, las ciencias, la historia y a manejar lenguas propias o ajenas no fuera el primer requisito para vacunarnos contra los males de la realidad extraescolar; como si hubiera que estar enmendándole constantemente la plana a la escuela para que obvie sus enseñanzas -o les reste tiempo- y se ponga a enseñar lo que habría que enseñar en otras partes: en la Iglesia, o en casa, o en casa de los abuelos o de los amigos; como si los profesores seleccionados por un sistema público debieran terminar atendiendo al aburrido partido de tenis que juegan estas dos Españas que -como dijo Machado- están para helarnos el corazón.