La noche de los cristales rotos

Tergiversar la historia de esa manera es algo impresentable. Y más aún dar a entender que aquello fue la muerte del flamenco en Triana, porque en el centenario arrabal había también muchos artistas que no eran gitanos, que esa es otra manida manipulación

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
07 abr 2017 / 21:29 h - Actualizado: 07 abr 2017 / 21:29 h.
"Desvariando"

Me encuentro a veces en las redes sociales algunas entrevistas hechas al productor Ricardo Pachón en las que habla sobre lo que él llama «la expulsión de los gitanos de Triana de 1957», manipulando claramente la historia, seguramente para promocionar su documental Triana pura y pura, que ha tenido gran repercusión y ha generado también alguna que otra controversia. He hablado en varias ocasiones con gitanos que vivían en Triana cuando ocurrió aquello –lo que la maestra del baile Matilde Coral llama La noche de los cristales rotos, buen título para una película–, y están muy cabreados porque consideran que falsea claramente la realidad.

No hubo una expulsión de gitanos de Triana en 1957, sino una reubicación de determinadas familias pobres, gitanas y no gitanas, que vivían en algunos corrales de vecinos en muy malas condiciones, con ratas que hacían recados, aseos comunitarios y el serio peligro de que un día hubiera una desgracia irreparable, porque había corrales que se caían a pedazos. No eran corrales gitanos, como algunos los llaman, sino casas de vecinos donde vivían mezclados gitanos y no gitanos, y en muchos casos, más gachés que romaníes, aunque en perfecta armonía y dando un ejemplo de convivencia e integración social.

Me contaba hace unos días un gitano de Triana que vivió aquello, nieto de un conocido cantaor y bailaor del barrio, que el día que el representante del Ayuntamiento de Sevilla apareció por el Corral Pistola para ofrecerles a los vecinos la oportunidad de irse a unas casitas nuevas en el Polígono Sur o en el de San Pablo, despidieron al edil con un clamoroso aplauso, algunos entre lágrimas, porque iban a empezar una nueva vida con la que soñaban desde hacía años.

Seguramente hubo familias que no se quisieron ir y fueron forzadas a hacerlo, porque cuesta abandonar el sitio donde se ha nacido o vivido durante años, pero la mayoría celebraron el cambio y empezaron a vivir en casitas bajas individuales o en pisos con varios dormitorios, cocina y cuarto de aseo propios. No dejaron de ser pobres, pero cambiaron algo de vida.

En el Corral Pistola vivían más payos que gitanos. O sea, que no fue una expulsión solo de calés, como asegura Ricardo Pachón, sino, en cualquier caso, de pobres. Aunque tampoco, porque no existió tal expulsión, al menos como lo plantea el citado productor. Tergiversar la historia de esa manera es algo impresentable. Y más aún dar a entender que aquello fue la muerte del flamenco en Triana, porque en el centenario arrabal sevillano había también muchos artistas que no eran gitanos, que esa es otra manida manipulación.

El propio Ricardo Pachón ha declarado alguna vez que casi todos los estilos del cante son de Triana, de donde además han sido la mayoría de las figuras del arte jondo, por más señas gitanos, siempre según Pachón. Esto no es ni mucho menos cierto, aunque nadie niega la importancia de Triana en la gestación del flamenco, la creación de algunos palos o que en el XIX hubiera dos o tres familias gitanas, como los Caganchos y los Pelaos, en las que por cierto no hubo artistas profesionales, sino herreros que cantaban en tabernas y fiestas familiares. Todas las figuras principales de aquella época vinieron de fuera de Triana: El Fillo y su hermano Curro Pabla, de San Fernando; La Andonda, de Ronda; Frasco el Colorao, de Puerto Real; El Planeta, de Cádiz; y Diego el Lebrijano, de Lebrija. Otros posteriores, como Fernando el de Triana, La Josefa y su hijo, el gran bailaor Faíco, el primo hermano de este, el también bailaor Mojigongo, y algunos más, se afincaron en Triana pero no eran naturales del barrio, aunque sí sevillanos de la capital o de la provincia.

La célebre saetera Finito de Triana, que no era del barrio tampoco, aunque vivió en él muchos años, donde murió, dijo en un periódico sevillano que en el arrabal había más cantaores payos que gitanos, de los que nadie hablaba. A lo mejor se refería al Pancho, Garfias, Naranjito el Viejo, Manuel Lorente, Emilio Abadía, el Niño de Triana, Pepe Segundo, Manuel Oliver y otros, que apenas aparecen en los tratados de los flamencólogos. A Demófilo solo le interesaron los cantaores y las cantaoras calés, como quedó claro en su Colección de cantes flamencos, libro editado en 1881, cuando en Triana apenas había figuras profesionales.

No hubo expulsión de pobres en la Alameda de Hércules, el Barrio de la Feria, la Macarena, San Román o San Roque, y tampoco existe ya el ambiente flamenco que hubo en estos barrios de Sevilla desde el siglo XIX hasta los años sesenta. ¿Por qué no salen figuras del flamenco de estos barrios, cuando en el citado siglo hubo tantas? Por la misma razón que en Triana: porque ya no existe el caldo de cultivo de entonces, esa levadura de la que hablaba Antonio Mairena, como tampoco existe en el Barrio de la Viña de Cádiz, el Puerto de Santa María, San Fernando, el Sacromonte granadino o El Perchel malagueño.

Si como dice Pachón, se expulsó por decreto a los gitanos de Triana, querrá decir a todos, que eran muchos en los cincuenta del pasado siglo. ¿O solo a los pobres y a los indigentes? Si hubiera sido por racismo, como apunta, ¿por qué siguieron viviendo muchos gitanos en el barrio? ¿Y por qué algunos de los que fueron echados y que acabaron en buena posición económica no regresaron para vivir en esas buenas casas que llegaron con la especulación urbanística, al parecer, el verdadero motivo de la expulsión, según Pachón?

Estoy plenamente convencido de que si no se hubieran tenido que ir tantas familias gitanas y no gitanas de Triana, seguiría siendo una cantera de talentos jondos. Pero eso es una cosa y otra muy distinta que lo que pasó hace sesenta años fuera algo parecido a lo de la Gran Redada General de Gitanos de 1749, por muy racista que fuera el gobernador franquista de turno y muchos cristales rotos que viera Matilde Coral.