Nuestro colaborador, el crítico musical y cinematográfico Juan José Roldán, solicitó una invitación para asistir a los Goya como público, tal como hizo en los Forqué hace dos años invitado por Asecan, en los EFA en diciembre pasado invitado por el Maestranza, y los Premios de la Asociación de Críticos y Críticas de Cine de Andalucía, a la que pertenece desde hace treinta años y por la que fue premiado hace ocho, y no como prensa para cubrir el evento, alegando una serie de razones que fueron aceptadas por la organización, de forma que a mitad del mes pasado contaba con la confirmación oficial de la Academia y el aviso de que en unos días sería informado del lugar, fecha y horario para retirar las invitaciones. Sin embargo, tan sólo cuatro días antes de la celebración de la gala, recibió una llamada informándole que debido a la avalancha de peticiones de invitaciones, sus localidades habían sido adjudicadas a otros destinatarios, seguramente más ilustres que él. Teniendo en cuenta que para entonces el plazo para inscribirse como prensa ya había expirado, cubrir el evento en este periódico se ha convertido en un imposible, teniéndonos que limitar a lo que recibamos por agencias. Es evidente que académicos y por supuesto nominados tienen preferencia, y que bien es sabido que el poder de convocatoria de estos premios en Sevilla ha sido inaudito, superando todas las expectativas. Pero también lo es que el auditorio más grande del país, Fibes, tiene capacidad para tres mil quinientas personas y ningún ángulo de visibilidad nula o reducida, por lo que resulta difícil pensar en una saturación de invitaciones si no fuera porque la clase política sevillana y andaluza se ha empeñado en dejarse ver en una gala en la que ni tienen nada que decir ni hacer, contando además para ello, en su mayoría, con vehículos y conductores oficiales que cuestan mucho dinero a los contribuyentes de nuestra poco boyante comunidad. Mucho se habla con este tema y el auge del turismo del impacto económico que suelen tener en la ciudad, pero ¿alguien se ha parado a pensar en cómo repercute en el bolsillo y la calidad de vida de la ciudadanía? ¿No estaremos hablando de impacto económico en unos pocos y pocas, las mismas bocas agradecidas que tanto daño hacen al resto de la comunidad?