La otra España

Hay dos Españas, la que sale a diario en la televisión, la radio, los periódicos y las redes sociales, y la que no sale en ninguna parte. Les sorprendería saber la buena convivencia que hay entre la mayoría de los ciudadanos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
10 nov 2017 / 23:42 h - Actualizado: 10 nov 2017 / 23:33 h.
"Desvariando"
  • La otra España

¿Es España un país de convivencia difícil? Les sorprendería saber la buena convivencia que hay entre la mayoría de los ciudadanos. Vivo en un pueblo, Mairena del Alcor, donde da gusto llegar a una taberna a las siete de la mañana y comprobar que tus convecinos tienen ganas de vivir y de hablar de todo, también de política. Hay quienes se alteran, pero la mayoría de ellos tienen buen sentido del humor y les chorrea la manteca colorada por la barbilla. No te hace falta escuchar la radio o enchufar la televisión porque te pones al día de todo oyendo hablar al pastor, al albañil, al herrero o al que viene a vender aceite de oliva virgen de La Puebla de Cazalla o manzanilla en rama de Sanlúcar de Barrameda. De vez en cuando sale algún malaje, pero, ¿qué sería de las tabernas sin ellos, aquellos a los que les gusta llevar siempre la contraria en todo, seguramente porque en su casa no tienen con quien discutir o discuten poco porque salen siempre perdiendo.

Hay dos Españas, la que sale a diario en la televisión, la radio, los periódicos y las redes sociales, y la que no sale en ninguna parte. Nunca he visto a ningún reportero en El Palmicha, de Mairena, para contar lo que allí se habla, que es tan importante o más como lo que hablan en los debates de La Sexta o 13 Televisión. Con una diferencia: que en esas televisiones hay intereses políticos y empresariales y en El Palmicha se practica una verdadera democracia: cada uno habla de lo que le parece, le pone a la tostada lo que le da la gana y bebe el aguardiente o el coñac que le place. Lo mismo entra a desayunar un concejal de Izquierda Unida, José Carlos Copete, que habla poco, que un nostálgico del régimen anterior, que naquera hasta por los codos y que mandaría a todos los comunistas y socialistas a cuidar ovejas en Cuba. Y no pasa nada, oiga.

Esta España de la que hablo hoy –escribir es hablar con el lector–, no es aquella que según el maestro Antonio Machado te podía helar el corazón, sino la España tranquila, la rural. Es verdad que muchas revoluciones han nacido en los pueblos, donde a los campesinos les hierve pronto la sangre, pero, ¿quién va a pensar en llevar a cabo en Mairena la madre de todas las revoluciones con los mostos en Los Jaqueles a cincuenta céntimos, con tapita y todo? Podría ocurrir si mi paisano Vicente los subiera a dos euros o te cobrara las aceitunas. Entonces, esos tertulianos de taberna que harían un muro en Despeñaperros o que le cortarían la coleta a Pablo Iglesias con las tijeras de podar olivos, saldrían a la calle a por todas, porque el mairenero es amante de sus tradiciones y no parte peras con nadie cuando se las tocan.

Estos días se están viendo mucho todos los canales de televisión españoles, sobre todo por el asunto catalán de marras. Es un hartazgo, sinceramente, pero aunque les cueste creerlo hay personas que no ven la televisión y que cuando les sacas el tema se encojen de hombros para hacerte ver que no ven nada y que les importa todo un pimiento. Todo menos la luz de la vega, esa misma luz que veían sus antepasados y que necesita que se pose en su cara al menos una vez a la semana para sentirse vivo y mairenero. Les hablas de la condena a Carme Forcadell y te preguntan que quién esa señora. En cambio, les pides que te digan que cómo eran las saetas de Hornerito y te dan toda clase de detalles. Seguramente no vieron jamás llegar a Manuel Torres a Mairena montado en su jumento, con las piernas colgando, pero te dicen que, según sus abuelos, era una escena para romperse la camisa. Y acabas viendo al genio jerezano entrar en el pueblo en dirección a la plaza de las Flores para ver a su amigo Rafael Cruz Vargas, mientras su hijo Antoñito, el que luego sería el gran Antonio Mairena, jugaba en el fuelle de la fragua familiar a dominar la técnica de la voz para ligar el cante por soleá como Tomás Pavón.

Claro que España es un país en el que se puede convivir con los demás, pero la política y algunos medios de comunicación se empeñan en lo contrario. Ya ven lo que ha hecho Carles Puigdemont: meterles un petardo en el culo a los catalanes y salir corriendo para que no le salpique la caca. Hace años recorrí Cataluña, sobre todo la parte rural, y me encantó ver a muchos catalanes mirando también sus vegas, como los maireneros, buscando la luz de la mañana o el venusto crepúsculo de la tarde. No recuerdo haber escuchado en aquel viaje hablar con odio hacia España a ninguno de aquellos catalanes nobles y nada contaminados. Algún que otro chiste, eso sí, como los andaluces creamos chistes sobre los catalanes. Bien, pues estos días, si pones la televisión puedes acabar convencido de que nos odian a todos los que no somos de aquella hermosa región española, y no es verdad, aunque hayan envenenado a algunos que no nos camelan.

Este asunto ha llegado a tal grado de estupidez y de tristeza, que al final los buenos van a ser los del Gobierno, o sea, los del Partido Popular, enterrados como están en roña por tanta corrupción. Todo esto, de lo que son en parte responsables, les acabará beneficiando en próximas elecciones, según ciertos sondeos. A ellos y a algunos partidos de la oposición, claro. Las dos Españas matándose a garrotazos limpios mientras el capitalismo hace caja –ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres– y los gobernantes roban a manos llenas. ¿Les suena de algo? Sí, es España, tanto la una como la otra. La vieja España, que si pones el televisor en blanco y negro no ha cambiado tanto como pueda parecer, aunque tampoco es verdad que estemos peor que hace medio siglo.

Hace tiempo que decidí vivir en la España de la música, la cultura, el campo, las tabernas y las papas aliñadas. Cada vez me interesa menos la de los garrotazos, si alguna vez me interesó algo. Ahora mismo, cerrando este artículo, hay una luz en Mairena del Alcor que invita a salir a la calle a que alguien te de los buenos días y te parta el lomo de un abrazo al entrar en Los Jaqueles, donde siempre te espera un mosto, unas aceitunas aliñadas por Vicente y El Correo encima del mostrador. A la otra España, que le vayan dando.