La metáfora de la batalla para hablar del cáncer también llega a los terrenos de juego. Se lucha contra el cáncer, se le gana la batalla a la enfermedad, pero sobre todo, se reconoce que son los pacientes los verdaderos artífices de su valentía, entre los que hay algunos de aquellos de los que se dice que nunca se rinden. Lo que sucedió en el vestuario sevillista en el choque ante el Liverpool del pasado martes ha quedado para la memoria sentimental del balompié sevillano, representado en los abrazos de los jugadores a su entrenador al término del encuentro, tras un épico empate ante uno de los grandes de Europa, tirando de casta y coraje cuando el equipo perdía por cero a tres en el descanso. La emoción era palpable al finalizar el encuentro; los jugadores corrieron a abrazar a su técnico para confirmarle que él será el que nunca caminará solo y no los que se volvían a la capital de los Beatles con un empate en la maleta. Y fue entonces cuando el Sánchez-Pizjuán estalló; los jugadores corrieron hacia su míster cuando otra carrera más se antojaba imposible, tras haber hecho un esfuerzo titánico. Una imagen emocionante donde no había colores, al menos para quien escribe, pese a no estar en blanco y negro. A Berizzo le toca ahora pelear por el partido de su vida y aferrarse a ese espíritu de lucha al que apeló para que el equipo se volviese imparable.
A todos aquellos que se encuentren en la piel de Berizzo, se llamen Eduardo o Manuel, recordarles que siempre se sacan fuerzas de donde no las hay, por eso de que no hay derrotas, ni colores, en el corazón de quien lucha. ~