La reválida

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07 may 2016 / 23:00 h - Actualizado: 07 may 2016 / 23:04 h.
"Puerto de Sevilla","Scripta manent"

Sevilla tiene una asignatura pendiente con su propia historia de esplendor. Pero tiene aún, también, una convocatoria extraordinaria para aprobarla con nota. La materia que queda todavía por superar es la de que la ciudad consiga mirarse en el río, e integrar al río en el corazón de la ciudad misma. Es, en virtud de la perspectiva y la justicia histórica, el Guadalquivir, quien trajo a Andalucía en el siglo XVI la prosperidad que la hizo convertirse en el corazón de un planeta cuyas fronteras estaban recién ampliadas en conocimiento. En aquel tiempo no podía entenderse el río sin la urbe, Sevilla sin las bonanzas que arribaban a las orillas del cauce del Río Grande, impulsadas por las mareas atlánticas.

Además de las riquezas materiales que cuentan las crónicas y las leyendas hiperbólicas (propias de la condición del territorio), la que estaba llamada a convertirse en capital comercial del mundo importó también ciencia, ansias de aventura, poder político, y un lugar de prestigio para los anales del tiempo. Cada rincón vacío en las bodegas de los navíos y en las almas de los marinos eran rellenados con bienes que contribuyeron a difundir la filosofía de vida de la mezcolanza de culturas mediterráneas, y de conciencia de oportunidad, de horizontes a la poesía de una vida de fascinación. Las zonas portuarias, en las que el murmullo del crujido de los mamparos y el ajetreo de bestias en los muelles ponía un ambiente de ultramar en los días de estiba (que eran muchos), se convirtieron en el verdadero epicentro de la vida sevillana. De la que se regía por las normas de la moral y de la observancia de las leyes, y también de la que pretendía esquivarlas en virtud de otros usos y costumbres que también formaban parte de la misma vida.

Cambiaron los tiempos, decayeron las bonanzas, y comenzó un periodo en el que la propia fisonomía de la ciudad fue desplazando al puerto río abajo, para alejarlo de la vida de la urbe cosmopolita en la que el propio puerto había convertido a una desagradecida Sevilla.

Los buques eran cada vez más grandes y más veloces. Los procesos de estiba y desestiba eran cada vez más críticos por la premura, más ruidosos. El paisaje de los muelles comenzó a albergar máquinas e ingenios que desplazaron a los animales de carga, y necesitaban mayores espacios en la ribera, hasta el proceso de industrialización que hizo pretendida e irremediablemente incompatible la actividad logística con la normalidad de los ritmos cotidianos de la ciudad.

Todo ello en un proceso de más de cinco siglos que tuvo el final de su desarrollo justo cuando se cumplían 500 años del hecho que motivó la transformación de Sevilla en una gran metrópolis. Fue como consecuencia la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América cuando se tendieron los puentes reales y también los metafóricos para que la ciudad volviera a mirarse en el brazo de mar al que debe su grandeza, y del que solo quedaba un hijo mutilado y bastardo (la dársena) como símbolo de que un día ciudad y río no podían entenderse por separado.

Pero todo lo hecho hasta ahora no es suficiente para aprobar la asignatura pendiente de Sevilla con su puerto. Los esfuerzos estéticos de indudable valor han conseguido que las orillas del Betis se conviertan en sí en un atractivo de postal para sevillanos y visitantes, pero la verdadera integración entre puerto y ciudad necesita un paso más, cuyo debate previo está vivo y latente.

Sevilla debe mirarse en Hamburgo o en Manchester, o en la propia Bilbao, más cercana en la distancia y en la concepción filosófica. En estas tres grandes urbes se ha conseguido hacer compatibles las actividades industriales propias de la zona de influencia portuaria, con la riqueza que conllevan, con todos los aspectos que confluyen en la configuración de una ciudad moderna: los usos culturales e incluso residenciales, por supuesto los comerciales y también los relacionados con la investigación y el conocimiento han encontrado su sitio a orillas del río Mersey, del Elba o de la propia Ría de Nervión. Bastaba con instalar en las márgenes proyectos emblemáticos —incluso los que no habrían tenido sentido en otros espacios en la misma ciudad— y regenerar las zonas degradadas por la razonable presión de la actividad logística, para que los ríos volvieran a entrar con honores en las ciudades a las que dieron gloria. Y todo ello sin que pierdan en competitividad, sino todo lo contrario: ganando peso específico en términos de viabilidad de los proyectos que acogieron los nuevos espacios y de calidad de los servicios.

Sevilla tiene una asignatura pendiente con su puerto. Y ahora, una reválida. Aprobarla, respondiendo correctamente a todas las cuestiones que tienen que ver con los conceptos, con la altura de miras, con la perspectiva histórica y la visión de futuro, supondrá, en primer lugar, hacer justicia con el único espejo en el que puede mirarse la secular grandeza de la ciudad, y luego una determinante apuesta por el desarrollo social, económico y cultural. Exactamente como ocurrió hace cinco siglos de manera espontánea, pero ahora en virtud de un debate serio y razonado que contribuya a no dar pasos en falso. Y esa responsabilidad habrá de recaer sobre todos los ciudadanos.