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Desvariando

La revolución de Silverio

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
24 mar 2019 / 07:15 h - Actualizado: 23 mar 2019 / 14:19 h.
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  • El artista Silverio Franconetti.
    El artista Silverio Franconetti.

Sabido es que fue Silverio Franconetti uno de los que más hizo por la profesionalización de los intérpretes del flamenco en sus tres facetas: cante, baile y toque. Esto le costó críticas, entre otros, de Antonio Machado y Álcarez, Demófilo, en su libro Cantos flamencos, editado en 1881. Sin embargo, ocupándose de él en su valioso libro, con aportación de importantes datos biográficos, demostró que en realidad valoraba al maestro de la Alfalfa y reconoció que era la gran figura del momento.

Pero, ¿por qué fue entonces tan crítico con su labor, la de sacar el arte jondo de las fiestas y subirlo a los escenarios? Sobre todo porque no era gitano, sino un sevillano que encima era hijo de un romano, Nicolás Franconetti Chesi, sastre y militar. Un hijo de un romano, ¿cantaor? Pues sí, en efecto, y de los grandes, quizá el más grande de la historia del cante andaluz, reconocido incluso por los propios gitanos.

En el mismo tiempo en que Silverio agachonaba el cante gitano subiéndolo a los escenarios, existió otro promotor de cafés flamencos en Jerez, el cantaor Juan Junquera, al que Demófilo no le atizó por dos motivos, porque era gitano y por ser yerno del también cantaor jerezano Juanelo de Jerez, el que lo asesoró a la hora de escribir el libro y quien le aportó la mayoría de los datos que en él aparecen sobre los artistas de aquel tiempo. Junquera no solo montó el Café de la Vera Cruz, de Jerez, que estuvo en lo que hoy es el Teatro Villamarta, sino que abrió otros cafés en el Puerto de Santa María y Utrera.

Junquera era un importante empresario que hizo que se subieran a los escenarios muchos intérpretes del cante gitano. Además, el artista tuvo una hermana, Tomasa, algo mayor que él, que le ayudaba en el negocio, siendo quizá la primera mujer que dirigió cafés cantantes en aquel tiempo. Lo resalto porque este dato les puede interesar a las que andan diciendo que las mujeres estaban muy discriminadas en el flamenco del siglo XIX, cuando no fue ni mucho menos así.

Tampoco castigó Demófilo a Juan de Dios Domínguez Jiménez, director del Café Filarmónico e hijo de Juan de Dios Domínguez Cadenas, El Isleño, el cantaor torero de San Fernando. Además de dirigir este café, conocido también en Sevilla como el Café de Juan de Dios, creó otro en Huelva a mediados de los ochenta de aquel siglo, siguiendo la estela empresarial de Silverio, aunque el negocio no fue muy bien. Igual que a Silverio, que era tan buen emprendedor como poco afortunado en los negocios, aunque vivió bien y fue el que más dinero ganó de los cantaores de aquel tiempo, lo que le permitió tener criados y hasta modistas particulares para sus esposas, dos, una de Linares y la otra de Sevilla.

Suponemos que Demófilo criticó más a Silverio por ser el más grande de entonces. Pero es que no fue el cantaor sevillano de la calle Odreros el que profesionalizó a los gitanos o a los cantaores en general. Antes de nacer Silverio, que lo hizo en la citada calle sevillana en 1831, cantaban ya de manera profesional El Planeta y su sobrino Lázaro Quintana, por citar solo a los más conocidos, aunque había más. Que eran gitanos, por cierto, aunque Lázaro lo fuera solo de madre. O sea, que cuando Silverio abrió su café de la céntrica calle Rosario, 4, donde luego estuvo la famosa Farmacia El Globo, los gitanos y los no gitanos llevaban ya décadas cantando de manera profesional y, muchos de ellos, vivían del arte de cantar, bailar y tocar la guitarra.

Cuando Silverio todavía no era cantaor y aún vivía en Morón, existía un francés en Sevilla, un tal Peicker, que se dedicaba a llevar a los turistas a Triana para que disfrutaran del arte de los gitanos. Organizaba fiestas en corrales y patios y les pagaba a las gitanas que bailaban, seguramente las hermanas de Juan el Pelao y Manuel Cagancho, que muchas eran cigarreras de la Fábrica de Tabacos.

Dudo de que Demófilo no supiera esto, por su cultura flamenca, y sobre todo porque su esposa era trianera, doña Ana Ruiz, la madre de Antonio y Manuel Machado. Era más fácil culpar al gran payo de querer acabar con el arte de los gitanos obligándolos a actuar en un café, donde imperaba el gusto del que pagaba por ver un espectáculo flamenco. Ocultando premeditadamente, además, que antes que en el café, los gitanos ya se buscaban la vida en el teatro.

En mayo se van a cumplir 130 años de la muerte de Silverio Franconetti Aguilar, la figura histórica más importante del cante flamenco. Era un sevillano de la Alfalfa, un revolucionario del cante al que le debemos no solo su legado artístico, su obra personal, sino el hecho de que el flamenco no se acabara perdiendo como desaparecieron muchas cosas en Andalucía. A ver cuándo se van a enterar las instituciones públicas de la ciudad y deciden hacer algo por el llamado por todos el Rey de los cantadores.