Mucho ha llovido desde que un 24 de abril de 1956 el Cardenal Arzobispo de Sevilla –Don José María Bueno Monreal– hizo suya la idea de erigir una ermita en honor de la Divina Pastora. Y se pusieron manos a la obra, convirtiéndose los pastoreños en ejemplo de colaboración mediante aportaciones y donativos (ahí queda las Fiestas del Ladrillo y la Teja), gracias a los cuales consiguieron ver totalmente finalizada su Casa, el Santuario, un 30 de septiembre de 1960 en el antiguo olivar de la Pola en los Pajares.
Fue a partir de ese primer paseo de la Pastora, en la carreta que cedió la Hermandad del Rocío del Salvador, cuando empieza a forjarse una peregrinación de las más singulares de España, no en vano es considerada de «interés turístico de Andalucía», y es que basta venir una sola vez para constatar que multitud de detalles la hacen singular, única e inolvidable. Ahí quedan vivencias y momentos personales: una pará en el camino, la luz natural del día en la ida o la luz de las bengalas en la noche iluminando el Viar y la Carreta –en la vuelta–, los caballistas y su ofrenda de flores, la misa de romeros, la Salve, el Rosario en la Aldea o el posterior besamanos a la Virgen, son –repito- detalles y motivos más que sobrados para que –cada último fin de semana de septiembre– valga la pena darse una vuelta por Cantillana, disfrutar de las Fiestas y hablar de paso con Ella, con la Pastora, con esa espectacular talla atribuida a Francisco Ruiz Gijón.
Si hay algo más importante que ser pastoreño habiendo nacido allí, es ser pastoreño sin haberlo hecho, y a base de años, fidelidad y vivencias, haber elegido la Pastora como forma y estilo de vida.
A todos, buena Romería de la Pastora Divina de Cantillana.
Mientras tanto, ¡sé feliz!