Te vi sola Virgen de la Salud. Y eso que el barrio de León no acogía un solo rincón donde poder mirarte.
Te vi sola Virgen de la Salud.
Y eso que Triana iluminó su noche desde el Puente, mientras la ciudad solo podía apagarse y sollozar tras tu efímero paso.
Te vi sola Virgen de la Salud.
Y es que en tus ojos faltaba Luis Ortega Bru, tu hacedor. Tu escultor, que viera el rostro de la muerte en la ejecución de sus padres por permanecer junto a la legalidad republicana; y había asomado en la suya propia en el escarnio que siguió toda su vida a la condena de tres años por la misma fechoría.
Y es que a tu paso por la Capilla de La Estrella faltaba también D. Diego Martínez Barrio y los que levantaron aquel paso único en la eterna Semana Santa de 1.934. No era La Valiente; era La Republicana, que aquella primera levantá lo fue «por España y por la República».
Porque estaban todos los que te abandonaron, Virgen de la Salud; los que aquellos días solo iban al son del paso del Señor del Soberano Poder ante Caifás; los que eludían tu sendero en tu Capilla para postrarse ante aquél. Los que no soportaban tu dolor frente a la belleza de las Vírgenes amadas por quienes soslayan la traición y la muerte.
Y por eso llorabas Virgen de la Salud; esa congoja despreciada por los vencedores retratados ante tu corona. Ese hálito agónico que sólo le pertenecía a él, Ortega Bru.
Y es que faltaban muchos de ellos; los perdedores, que volaban sobre papel de estaño para seguir venerándote Virgen de la Salud. Los que disimulaban el paso hacia ti, cuando titubeaban su paso en el frontispicio de tu templo, Virgen dolorosa.
Y faltó Suspiros de España, como asomara en la coronación de La Macarena, como una ironía del destino cimbreando «guapa, guapa», en un único momento en que tu tormento le hubiera alcanzado. Y es que el no poder morir duele tanto como el exilio y el olvido.
Y pensando en ellos yo también falté y no pude ver tu imagen en los ojos de ese niño que balbucea tu nombre.
Te vi sola Virgen de la Salud. Pero sé que tú lo elegiste a él, entre el ejército de notables; a él, al derrotado. Fue a él a quien elegiste... a Luis Ortega Bru...
Y ahora soy yo, con esa ausencia, quien solloza a través de tus ojos Virgen de la Salud, como todos los subyugados que no precederán tu entrada coronada en el Templo.
Gracias Virgen de la Salud por habernos elegido.