La vida es un segmento variable de días encerrados entre la ilusión de aprender y la ilusión de aprender sobre lo aprendido. O sea, un rato entre dos ilusiones. Con razón decía Gloria Fuertes que empezamos a saber vivir un poco antes de morir. Y añadía: ¡Qué putada!
Como nuestro cuerpo, también nuestra vida es simétrica: nacemos encogidos y morimos igual; le sonreímos a la vida inconscientemente, instintivamente agradecidos solo por que no nos hagan daño, y acabamos igual. Solo quienes se han pasado las suficientes madrugadas en vela con un viejo saben hasta qué punto se le parece a un bebé. En su llantina sin lógica, en sus disparates a deshoras, en su infinito agradecimiento sin palabras.
Ayer pensaba en esta simetría después de haber dejado a una de mis hijas en clase de música. Iba a disgusto solo porque el sopor de las cuatro de la tarde tiraba de su cuerpo hacia un deseado sueño reparador. Pero al minuto de entrar en el aula se olvidó de sus quejas y ya danzaba con los compañeros, con la energía radical que solo puede ostentarse a los cinco años.
Al rato, ya en mi aula, la vi a ella, con sus ochenta años danzando alrededor de su ilusión renovada, las arrugas como si nada alrededor de sus ojos ávidos de conocimiento, su vestido de vieja en la flor de la vida, su poemario amarillento bien apretado entre los dedos reumáticos, su atención de colegiala en la medida de los versos, su sorpresa por el reencuentro de referencias históricas que en mi boca sonaban a papel y en su oído sabían a tierra de antaño y a pólvora en el aire. Como era la última clase e íbamos con prisa, se guardó sus dudas universitarias para otra ocasión y prefirió darme un beso.
Al salir, su hija, que venía a recogerla, me aseguró que llevaba mala todo el día, pero que por nada de este mundo iba a perderse la última clase, sobre un poeta tan particular. Yo la miré entonces y a ella le resbalaba una lágrima furtiva. “Esta mañana ha estado la nieta leyéndole varios poemas de Miguel”, me dijo la hija.
Milagros así hacen que el Aula de la Experiencia de la Universidad de Sevilla merezca la pena por sus insólitas experiencias en el aula.