Hace un año las caras de Nzonzi, de Iborra, de Monchi y de cientos de sevillistas que ponían un pie en el King Power Stadium de Leicester estaban preparadas para la derrota. Nadie sabe el porqué, pero el destino le recordaba antes de tiempo al Sevilla su obligación de perder. El desenlace de aquella extraordinaria eliminatoria no sorprendió, ni cuando Escudero reventó el larguero, ni cuando Morgan marcaba el primer gol de su vida, ni cuando Nzonzi, desde los once metros, le dio un lamentable pase al portero de un Leicester en crisis y que había escapado milagrosamente de Nervión. Era inevitable, el Sevilla estaba obligado a perder.
El martes 13 de marzo de 2018, el Sevilla entró a Old Trafford con la cabeza erguida. Los dos mil y pico hinchas comentaban en voz alta la presumible derrota ante el club más rico del mundo mientras la barriga le hacía cosquillas imaginando esa victoria que algo dentro de su mente le invitaba a intuir en silencio, José Castro se enorgullecía de encabezar al Sevilla en el Teatro de los sueños, Banega esbozaba esa sonrisa picarona con la que se paseó por el hall del hotel de concentración, redundando en el convencimiento del vestuario sevillista respecto al pase a los cuartos, expresado, eso sí, en privado y a los más allegados. Esta vez el Sevilla estaba obligado a ganar.
Al destino no se le puede llevar la contraria. Y Mourinho lo intuía. También sus jugadores, abrumados por no saber cómo responder en el césped, pese a sus músculos y su capacidad, al convencimiento del Sevilla. Un Sevilla que ni se cayó físicamente en el 60’ ni pagó su escandalosa falta de gol de la ida o de los primeros 45 minutos. Tampoco acusó el gol de un equipo que ganó una Champions League marcando dos goles en los últimos segundos de una final. El Manchester United fue tragado por un agujero negro que ya había engullido a todo un Atlético de Madrid y del que se sentiría más que orgulloso el ya añorado Stephen Hawking, quien se hizo eterno para la humanidad a la vez que Ben Yedder para el sevillismo.
Así es como el destino le ofreció una segunda oportunidad a Nzonzi tras aquel penalti de Leicester (vaya si la aprovechó el francés). Así es como Ben Yedder se unió a Antonio Puerta, Luis Fabiano, Mbia, Palop y compañía. Así es como Sergio Rico cumplió su sueño de ser protagonista en Old Trafford. Así es como el Sevilla clavó su bandera nada menos que en el Teatro de los sueños, enmudecido por quienes ya antes silenciaron a la alabada hinchada del Liverpool en Basilea o a la del Barcelona campeón de la Copa en 2016. Es el origen del Big Bang sevillista, la llamada sincronización de Huygens, quien en el siglo XVII se dio cuenta de que los pendulos de dos relojes colocados en la misma pared de madera de su casa iban exactamente al mismo ritmo, algo casi imposible. Descubrió que las vibraciones de uno se transmitían a la pared y de esta se contagiaban al otro péndulo hasta sincronizarse perfectamente. Y en Old Trafford los latidos y el show de dos mil y pico hinchas se fundieron con el de unos tipos de negro que bailaban sobre el escenario. La victoria era sencillamente inevitable.