La última letra de mi abecedario

Siempre que piso la plaza de La Algaba se me rompe el corazón en dos, como está rota ella. Ahora me está girando la rueda de mi devoción por Curro Romero

05 may 2018 / 22:06 h - Actualizado: 05 may 2018 / 22:06 h.
  • La última letra de mi abecedario

Algaba empieza por a y Zalduendo por zeta. Entre esas letras, todo un abecedario de emociones de quienes sentimos el currismo latiendo, aún fresco, en el mismo núcleo de nuestro catálogo de valores, de sentimientos, de maneras de interpretar la vida, las horas, las caricias. Curro toreó por última vez en La Algaba y fue un ejemplar de Zalduendo. Entre la a y la zeta, esta tarde revivo una noche de teléfono y lágrimas.

No puedo evitarlo. Es pisar esta coqueta plaza de La Algaba y me acuerdo del maestro, y de aquella chaquetilla verde, y de sus andares alcanzando el burladero con la muleta bajo el brazo. Y algo me pellizca aquí, en el centro mismo del pecho, como un lamento. Era el 22 de octubre de 2000 y me acuerdo como si me estuviera ocurriendo otra vez ahora mismo. Aquella cara del castaño Tiburón, herrado con el número 49, aquella faena, la llamada nocturna a Fernández Román, aquel titular que todavía, es curioso, resuena en mi cabeza. Curro ha decidido que no torea más. Y mi familia –que conoce mi pasión por él– haciendo lo posible por consolarme en unas horas que fueron para mí de mucho desconcierto, desazón y temor.

Sí, yo pasé miedo cuando Curro se retiró porque no quería perder el amor por el toreo, perder la afición, y el adiós de Curro me alejaba de alguna manera de mi locura por la fiesta. Por fortuna no me quedé solo. Huérfano, sí; pero seguí caminando por esta pasión por el toreo que me tiene loco. Eso sí, desde entonces no es lo mismo.

Si yo tuviera que escribir aquí cuánto quiero a Curro tendrían los compañeros que cederme las cincuenta y seis páginas de este periódico, decano de la prensa sevillana, que ha recogido durante décadas los grandes fastos curristas desde aquella tarde de la novillada de Benítez Cubero, cuando se instalaban los cimientos de la devoción a Francisco Romero López.

Estoy pisando en este momento la plaza de toros de La Algaba y siento que es para mí un lugar casi sagrado. Aquí toreó Curro por última vez. Y me está mordiendo las entrañas el novillo Tiburón, de Zalduendo. La recuerdo, sí, como si fuera mi última tarde de sueños y esperanzas en el albero de una plaza de toros. De la zeta de Zalduendo tenía que ser el último ejemplar que toreó el faraón, la última letra del abecedario de mi corazón taurino, el final, el cierre, el adiós para siempre. Mi tercer aviso.

Siempre que llego a esta plaza de toros se me rompe el corazón como está rota ella, en dos partes. Una de hormigón, la otra de carros de madera. Ahora mismo me está girando en el alma la rueda de mi devoción al toreo. Y está toreando Curro en mi corazón, y en estas lágrimas que se me saltan por él.