Lágrimas

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19 ago 2017 / 09:20 h - Actualizado: 19 ago 2017 / 09:21 h.

A ver si es que se nos está escapando algo, y resulta que en el caso de la mujer que no quiere entregar sus hijos a su exmarido italiano hay elementos que ni conocemos ni valoramos, atrapados como estamos todos en la emotividad de la madre en fuga y en las lágrimas con las que aparece en todas las imágenes de archivo. A lo mejor resulta que los jueces manejan una información más completa y cabal de la situación que los demás nos negamos siquiera a considerar. Es solo un ejemplo para afirmar que, hoy día, la gente que no llora tiene un serio problema de credibilidad. Y no lo digo por el caso concreto de la granadina, que probablemente tenga la pobre toda la razón, sino en general, con todo. Las lágrimas de los que no tienen techo –otro ejemplo– han creado toda una mitología legitimadora a favor de quienes aprovechan que el dueño de una casa va al Mercadona para pegarle una patada a la puerta, cambiarle la cerradura y esgrimir ante quien ose ir a molestarlos que la ley los ampara y que de ahí no los saca nadie en dos años. Y mucho ojito, ¿eh?, que a ver si vas a ser tú el que vaya al trullo. Así que, frente al caso real de necesidad de vivienda, la sociedad irreflexiva, acrítica y sensiblera ha decidido, con el repugnante apoyo del legislador, que uno no tiene más derecho a la propiedad privada que el que determine quien decida quitársela. No me explico que ni un solo partido o gran movimiento social haya saltado todavía frente a este atropello, como no sea por el miedo de la gente a decir lo que verdaderamente piensa; un temor que había desaparecido con los últimos coletazos del régimen anterior y que ahora ha vuelto a gobernarlo todo –ojo con lo que dices en las redes– por la intransigencia tiránica del pensamiento único. Pues me temo que nos queda mucho que llorar.