Las cloacas del fútbol

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18 abr 2019 / 08:22 h - Actualizado: 18 abr 2019 / 08:34 h.
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  • Joaquín Caparrós, pidiendo el tiempo durante un partido. / EFE
    Joaquín Caparrós, pidiendo el tiempo durante un partido. / EFE

Un partido de fútbol es lo que es y eso no puede cambiarse. Nadie puede pretender que los espectadores lleguen al campo vestidos con traje de chaqueta y corbata, que se sienten tranquilamente y vayan comentando con sus compañeros de localidad las jugadas entre susurros. Nadie puede pretender que la pasión que genera un gol se atrofie entre las paredes del silencio o se convierta en una ridiculez al ser celebrado con frases como, por ejemplo, ‘oh, cáspita, el medio centro ha logrado marcar un gol, yupi, yupi, acércame el canapé, por favor, querida’. Fútbol es fútbol. Pasión, emociones fuera de control. Pero nunca puede ser un festival de insultos, de violencia, de cánticos bochornosos o de odios. No puede ser que un jugador negro sea insultado, una y otra vez, sin que pase nada; no puede ser que se muestren símbolos políticos que avergüenzan a cualquier persona normal que no entiende las opciones violentas.

Los que hemos asistido a partidos de fútbol durante muchos años y desde hace muchos años, sabemos que las cosas han cambiado, que los grupos ultras de siempre se han ido arrimando a la normalidad y que los que integran esos grupos están muy localizados. Pero esto tampoco es excusa que pueda justificar que siga existiendo el problema. Si hay cien personas en un campo que lanzan bengalas, insultan a los jugadores negros o, como sucedió hace unos días, dedican cánticos insultantes a personas que sufren una enfermedad (a Joaquín Caparrós, el entrenador del Sevilla que sufre una leucemia crónica, tuvo que soportar que desde la grada bética le dijesen «¡Esta noche se muere Caparrós!») los partidos deben anularse. Y no hay más. Las directivas de los clubes deben ser conscientes de que esto no es normal; los aficionados deben saber que, efectivamente, fútbol es fútbol y solo eso; los jugadores deben dedicarse a jugar y no a justificar actitudes reprobables porque los ánimos de esos grupos les llevan en volandas a las victorias (lo que lleva a los equipos al éxito es entrenar, es que los jugadores no salgan de madrugada a tomar copas, es darlo todo en el campo, es respetar al contrario y entender que el deporte es el templo de los mejores valores que puede interiorizar el ser humano).

Los que hemos asistido a partidos de fútbol durante muchos años y desde hace muchos años, sabemos que lejos de prohibirse algunas cosas, se potencian; sabemos que en lugar de afear conductas, se ríen las barbaridades. Si un día, un árbitro con valor, decide aplicar el artículo 240 del Reglamento y deja sin diversión a 50.000 personas, igual nos da por decir a los bobos que insultan y convierten los partidos en una vergüenza revestida de insultos, de xenofofia y de homofobia y de maldad a secas, que ya basta.

Un par de partidos seguidos suspendido en el minuto 15 y el problema se acaba de inmediato.