Manuel se vistió antes de sombras que de luces, se llevó al paladar más temprano el sabor de la sangre que las caricias del marisco o la carne fresca. La vida le hizo un hombre a bofetadas y saltó a la arena del ruedo de su destino con aquel vaquero ceñido, la necesidad de sacar el cuello en carne viva y las ganas de lanzar un grito de libertad que se escuchara más allá del Valle de los Pedroches. Su flequillo, su corazón guerrero y la defensa de la mujer que lo había parido le empujaron a un precipicio que terminaría siendo un lugar en el mundo para vivir y ser feliz. Amando siempre a su madre con locura, respetando a pesar de todos los pesares a su padre como solo un torero puede hacerlo, Manuel Díaz, el hombre cuyo corazón ha sido el mejor pegamento para unos cristales rotos, transformó aquel grito desgarrador en sonrisa perenne. Siempre pienso, al mirarlo, que Manuel Díaz El Cordobés ha roto muchas barreras por amor.
No existe un arma más poderosa que una sonrisa verdadera, que una mano tendida, que un abrazo cierto. Y Manuel es hombre de andar derecho en la vida. Aún recuerdo aquel gesto de dolor macizo que parecía atravesar su pecho de lado a lado cuando apareció El Pere en aquella maldita cuneta. Pero Manuel Díaz siempre ha salido de los pozos, ante los pitones del toro y ante los focos canallas. Tiene medio siglo de vida y sin embargo toda una vida por delante. Una vida en la que sigue empeñado en derramar todo su amor de hijo por una mujer que nunca tuvo las cosas fáciles. Muere además por otra mujer, muy hermosa, con la que encontró ese amor que todo lo puede y que todo hombre necesita.
Yo recuerdo cuando Curro Romero le deseó suerte y le cedió los trastos a un torero que ya había hecho sonar en la Maestranza la música con su capote. Yo recuerdo su trayectoria, la de antes y la de ahora. Pero hoy quiero subrayar la sonrisa de un hombre de bien, un tío íntegro, una buena persona. Te gustará más o menos como intérprete del toreo, pero tiene la cara partida y las plazas llenas, miles de toros pasados por la barriga y miles de triunfos. Está cosido y tiene currículum para callar muchas bocas. Y vergüenza. Y honradez. Y sigue sonriéndole a las personas, todas, incluso a las que le dieron un día de lado.
Está enamorado. Se le nota. Lleva público a las plazas de toros y esta tarde siento que Manuel Díaz logró sacarse todas las espinas, curarse las heridas y dibujarle a la vida un sol grande, un ruedo de luz, una ilusión para quienes le rodean. El Cordobés es de los míos, de los nuestros. Hasta le puso a su niña el nombre de... Triana. Aquí mis respetos, los merece, para siempre.