Hubo en mi pueblo cierto agricultor tan optimista, que versionó con pimientos el cuento de la lechera. Hizo la cuenta de lo que podía ganar vendiendo a tanto el kilo de pimientos –cuando crecieran las matas–, multiplicó por hileras y volvió a multiplicar por cosechas, y los ojos le hicieron chiribitas. Pero se le secó todo el campo y se le quedó la misma cara que a la lechera cuando se le rompió el cántaro. Supongo que con pólvora ajena es más fácil disparar aún, porque vuelve a decir Montoro que en 2020 se habrá acabado la crisis definitivamente. Lo que no especifica el ministro de Hacienda es a la crisis de quién se refiere. Porque, aunque él sostenga que en poco más de dos años habrá más de veinte millones de ocupados que posibiliten sostener las pensiones y reducir la deuda, la comisaria de Empleo de la UE, Marianne Thyssen, se ha extrañado de la desigualdad de nuestro país, casi tres puntos más que antes de la crisis y más de tres puntos que la eurozona.
De momento –y falta poco más de dos años para el sueño de Montoro; el sueño de todos– España tiene una tasa de paro del 18 por ciento –el doble para los jóvenes– y una población en riesgo de pobreza que alcanza el 23 por ciento. La crisis que aún soportamos, que ha derivado en una crisis de desigualdad, conectó con la anterior crisis de 1993, que también llegó a derivar en lo mismo, sobre todo por culpa de los sueldos más bajos, la madre del borrego, la explicación por la que la crisis se bambolea para unos y no termina jamás para otros.
Como uno no le llega a la suela de los zapatos a Montoro como economista, hace solo la cuenta de la vieja. Cuando entró el euro, un café valía veinte duros, es decir, cien pesetas o, en divisa actual, sesenta céntimos. Ahora comprobamos que el cafelito no baja ya de los 1,20 euros. Por lo tanto, en apenas 15 años se ha duplicado el precio del café; o sea, que se ha incrementado en un 100%. ¿Alguien se imagina que a los sueldos les hubiera ocurrido lo mismo?