Laszlo en el Calderón

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21 may 2016 / 21:51 h - Actualizado: 21 may 2016 / 21:54 h.
"Sevilla FC","Copa del Rey","Scripta manent"

El jefe de la resistencia antinazi escucha las primeras notas de un himno militar alemán desde el despacho en el que discute con el propietario del café, Rick Blaine. Con determinación, baja las escaleras y se planta delante de la orquesta de metales que tiene la misión de amenizar las noches en el local. «Toquen La Marsellesa». El jefe de los músicos duda, pero enseguida se lleva la embocadura de la trompeta a los labios cuando el dueño del establecimiento —americana blanca y pajarita— firma la petición de Victor Lazslo con un severo gesto de asentimiento. Comienzan a sonar las primeras notas de la metáfora musical de la liberación francesa, y los galos presentes en el local se ponen en pie, para cantar las épicas estrofas, cada vez más alto, hasta que los soldados teutones uniformados abandonan la arrogancia de su provocación y se entregan de nuevo al whisky y a los cigarrillos, que saben más amargos tras la simbólica derrota. La escena, imprescindible en la historia del cine, dispara la tensión y reorienta el guion en el minuto 68 de Casablanca.

Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. 19 de mayo de 2016. Don Juan Carlos I llega a ocupar su localidad para presenciar el festejo de San Isidro. Desde el temido tendido 7 del coso madrileño, un aficionado se pone en pie para, después de que se ahoguen los últimos aplausos al Rey emérito, lanzar tres vivas coreados por el público: «¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva la fiesta nacional!» El enfervorecido espectador se erige en una suerte de Laszlo que responde a unas provocaciones que no se dan en ese contexto. No hay soldados alemanes cantando arengas militares. No hay en la plaza ni antitaurinos, ni republicanos, ni separatistas... y si los hubiera permanecen amparados en un prudente silencio, ahuyentando el impulso de la bravata a la que la libre manifestación de pensamiento que concede a los españoles la Constitución podría incitarles. Y esa es la clave de la sensatez.

Más que probablemente, hoy habrá banderas esteladas en la final de la Copa del Rey, en el Vicente Calderón. Así lo ha decidido un juez, atendiendo al ordenamiento jurídico español, que lo permite, por más que su exhibición suponga una incuestionable provocación en el marco de una competición deportiva de ámbito nacional. De la nación a la que pertenece Cataluña. Y las provocaciones, como las de los militares germanos en el Rick’s Cafe Americain, suelen tener respuesta por parte de quienes se sienten provocados, y no siempre con la misma moderada determinación que la que ejerce Lazslo en el clásico de la cinematografía.

Es más que probable que haya esta noche en el Calderón no cánticos provocadores, sino una provocación aún mayor, como es la falta de respeto al himno nacional (de la nación a la que pertenece la Cataluña sobre la que muchos quieren que ondeen las banderas esteladas poseídas de oficialidad) en forma de pitadas, como lamentablemente ya ha ocurrido en otras ocasiones. Son los aficionados sevillistas que acuden hoy con la esperanza de presenciar otra gesta de su equipo, pero también los amantes del fútbol de cualquier condición, incluso los seguidores del Fútbol Club Barcelona que no compartan los deseos de desconexión de España (que también los hay entre las filas azulgranas) quienes deberían erigirse en victorlazslos como el aficionado del tendido 7 en Las Ventas del pasado jueves, para contestar con tanta elegancia como contundencia al desafío que a buen seguro llegará de entre los aficionados catalanes. Con silbidos. Con banderas estrelladas.

Que no hayan cuajado las propuestas de letra para la Marcha de los Granaderos en la que se inspira el himno español no ayuda, desde luego, a imponer las voces emocionadas sobre los pitidos. Pero si los aplausos consiguen hacer temblar los cimientos del estadio, si entre las banderas blancas y rojas de los aficionados sevillanos se cuelan también las enseñas nacionales, rojas y gualdas, se habrán ahogado todos los absurdos intentos de provocar y de desposeer de su sentido lógico a la que será una fiesta deportiva para uno u otro equipo.

Es absolutamente incoherente que los hooligans independentistas catalanes acudan a animar a su equipo en una final de un torneo de ámbito nacional que, para colmo de su incongruencia, lleva como título el del jefe del Estado al que no quieren pertenecer. Y más absurdo aún sería que, en caso de ganar el título, se sintiesen orgullosos de ello los mismos que censuran la presencia del Rey en el estadio o que suene el himno que debería emocionar a todos los españoles. Y que lo celebrasen, burlándose además por ello, guardando en las vitrinas del recuerdo un trofeo obtenido en territorio pretendidamente ajeno. Como si tuviera algún sentido que un equipo español, italiano o suizo participara en la FA Cup británica.

Seguro que más de un Victor Lazslo ha sacado entrada para la final de esta noche en el Calderón. Seguro que entre ellos hay andaluces, madrileños, castellanos, vascos y extremeños... pero seguro que también hay algunos catalanes que no pitarán el himno, que no abuchearán la presencia de la jefatura del Estado, y que no harán ondear banderas con estrellas que llaman a la ruptura con España. Seguro que sabrán responder con elegancia a las provocaciones.