Toulouse es una de las ciudades europeas con conexión directa por vía aérea con el aeropuerto de San Pablo y tiene en común con Sevilla una potente industria aeronáutica y su condición sureña. Ambas están en el sur de sus respectivos países y comparten buena parte de las virtudes que adornan el carácter meridional.
Una de las gratas sorpresas que me ha deparado una reciente visita fue encontrar cómo han convertido su memoria histórica más cercana en un recurso turístico y pedagógico al servicio de la democracia. En la oficina de Turismo, un folleto en español divulgaba los puntos más relevantes de la historia del exilio republicano (todos con placas recordatorias) en la ciudad que acogió al mayor número de españoles huídos de la persecución franquista.
Otro dato positivo es que la guía contenía una presentación y saludo del alcalde de derechas de la villa. Lo que también he podido comprobar es la buena aceptación por parte de los turistas españoles de esta ruta de turismo político. El folleto compartía anaquel con otro dedicado a los lugares emblemáticos de la resistencia contra la ocupación nazi de Francia.
Admiración y sana envidia es lo que siento por estos ejemplos de buenas prácticas que aquí están por estrenar. Cuando estamos a las puertas del debate en el Parlamento andaluz de la futura ley de Memoria Democrática conviene recordar que la divulgación de nuestra historia más reciente no debe quedarse solo en un texto legislativo, tiene que traducirse en iniciativas concretas que la acerquen a todos los sectores de la sociedad.
De poco sirve la señalización de los hitos más importantes del Canal de los Presos, como ejemplo reciente, si no se acompaña el esfuerzo de la adecuada divulgación informativa para que la ciudadanía conozca los enclaves principales de la memoria histórica contemporánea. La constitución española no ha cumplido todavía los cuarenta y la transición de la dictadura a la democracia ha costado muchos sacrificios. Sería imperdonable no invertir en su recuerdo.