Legado inmaterial

La opinión de...

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18 mar 2016 / 23:34 h - Actualizado: 18 mar 2016 / 23:35 h.
"Semana Santa 2016"

Llegada es la hora del gozo al sevillano modo, cuando todos los preámbulos se han consumido paulatinamente, disponiéndonos a revivir cuanto llevamos generaciones celebrando la intensidad religiosa y cultural que hemos aprendido de quienes nos sirvieron de incomparables maestros, por su cercanía, por su saber y por el amor que siempre nos han demostrado en la entrega plena para perpetuar sentimientos, devociones y creencias ancestrales, colectivas, de una ciudad identificada con su Semana Santa, y familiar, como continuidad a la más preciada herencia espiritual.

Preservamos con celo el patrimonio artístico que ha impreso un sello peculiar a cada hermandad, a lo largo de siglos incluso, lo enriquecemos siguiendo las pautas que consideramos innatas, mimamos los ritos, costumbres y tradiciones que configuran la identidad de la asociación de fieles a la que pertenecemos, hacemos generosa entrega de nuestro tiempo a las tareas de responsabilidad y organización de la corporación nazarena con la que nos vinculamos, a veces desde nuestro natalicio, o simplemente renovamos la anual cita que mantenemos, como obligación sacra, con la cofradía que nos integra en el barrio, en el ámbito social que hemos nacido y crecido.

Pero más allá de la herencia material que sustenta la continuidad de la hermandad, está el legado inmaterial, la transmisión de la espiritualidad, verdadero baluarte para asegurar el hoy comprometido y el mañana esperanzador de las que tienen que seguir siendo referente de la religiosidad popular hispalense. Quienes ya tenemos «mucha juventud acumulada», quienes llevamos varias décadas inmersos en el devenir casi cotidiano de nuestra hermandad, y hemos sido agraciados con una descendencia fructífera, seguro que habremos cumplido con una de las misiones preferentes que tal vez nos planteáramos en los años en los que éramos jóvenes ávidos de cambios en la Iglesia y de renovación de las obsoletas estructuras cofradieras, allá por los setenta.

Por obvias razones de implicación personal podría valer el ejemplo más cercano. Juanjo, hermano desde el alumbramiento hospitalario, monaguillo, acólito, pertiguero, formador, de exquisito talante y trato, educado en pilares de una fe que testimonia permanentemente, valores que le hacen ser querido por cuantos saben que tendrá que asumir importantes responsabilidades de gobierno cercano. Qué orgullo para quien ha puesto toda su esperanza en él. Irene, extrovertida, dinámica, animadora y vitalista entre quienes comparten devociones, fraternal consoladora, de hondos sentimientos que afloran ante quienes necesitan de su consuelo y energía. Un bálsamo de esperanza para cuantos la queremos. Todo ello posible por la indispensable participación materna, Juani, abnegada, entregada de pleno a los suyos –implacable defensora– y a los demás que conforman una amplia familia, sin horas ni límites, siempre que de llevarles sosiego, paz y salud se trate; testimonio fehaciente de un verdadero amor fraterno, como deberían practicarlo quienes lo proclaman pero escasamente lo efectúan.

Confío en que todavía haya mucho hilo por tejer, pero este legado cumple en gran parte las expectativas personales de quien hoy concluye esta tribuna cuaresmal del Año de la Misericordia.