Legislatura frustrada

La sostenibilidad de las pensiones, los costes sociales de los desahucios, el paro juvenil y el abandono escolar, la brecha generacional, salarial y de género... Tantos temas pendientes de abordar que se quedan día tras día para un «luego ya si eso»

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02 feb 2018 / 22:03 h - Actualizado: 02 feb 2018 / 22:30 h.
"Mariano Rajoy"

A lo largo de los quinientos sesenta y cuatro días que llevamos de la Legislatura surgida de las elecciones generales del 26 de junio de 2016, la tónica dominante ha sido la parálisis política. A pesar de arrastrar los graves problemas económicos, sociales y laborales, fruto de las políticas del PP, que durante los años duros de la crisis afectaron a millones de personas, Rajoy ha decidido seguir con su característica más personal: dejar que los problemas se resuelvan solos, que se pudran, o que se los resuelvan otros.

Convencido de que la coyuntura internacional y las medidas laborales desreguladoras, tomadas durante la legislatura anterior, allanarían el camino a una recuperación macroeconómica –la única que le interesa–, durante estos casi dos años su dedicación fundamental ha estado dirigida a la realización de actuaciones efectistas que desviasen la atención sobre la hedionda ciénaga de la corrupción en la que su partido se hunde cada día un poco más.

La ausencia de proyectos legislativos, la prolongada inacción en la crisis de Cataluña –excepto para complicar la delicada imagen del TC o para hacer el ridículo de la mano del chapucero ministro Zoido–. La sostenibilidad de las pensiones, los costes sociales de los desahucios, el paro juvenil y el abandono escolar, la brecha generacional, salarial y de género «no nos metamos en eso». Tantos temas pendientes de abordar que se quedan día tras día para un «luego ya si eso».

Curiosamente, el mayor triunfo del gobierno de España y del partido que lo sustenta ha venido de la mano y la cerrazón de sus hipotéticos enemigos independentistas. Hipotéticos porque, aparte de la cuestión territorial –cosa no menor– el partido y las coaliciones dominantes más representativas en todo este periodo –ya veremos a partir de estos días– han sido el PDCAT/CD y JxS/JxCat, cuya ideología, programas y políticas son coincidentes en un altísimo porcentaje con las del PP y el gobierno Rajoy. Ese “triunfo” no es otro que el de mantener a todo el país con la mirada girada hacia el monotema catalán, mientras nos pasan por delante temas acuciantes que afectan al conjunto de la ciudadanía.

Cierto es que para hacer funcionar la maquinaria de la Administración el gobierno logró el pasado año desatascar la aprobación de los Presupuestos, lo que le permitió seguir adelante con las políticas continuistas de reducción del déficit y de los recortes en políticas sociales, así como mantener la asfixia de las administraciones autonómicas y ayuntamientos. Para ello contó con la inestimable ayuda del partido que prometía regeneración de la cosa pública: Ciudadanos.

Tras el arrollador éxito electoral de Cs en Cataluña y su negativa a prestarle al PPC un diputado para que formen grupo propio en la cámara, Rajoy les llama ahora «oportunistas» y mientras le ve las orejas a Rivera, éste último explota a fondo la senda del oportunismo ideológico: un traje a la medida de cada momento y ocasión. Ayer tocó reforzar el anti catalanismo, trufado de esencias españolistas; hoy toca reclamar la prisión permanente revisable, aprovechando la lógica indignación ante determinados delitos. Sin embargo, no les hacen ascos al bolivariano y populista PODEMOS para sacar adelante una reforma de la Ley Electoral, clave en su aspiración de superar al PP en escaños y en alcanzar la Moncloa. Centralidad le llaman a eso.

En este sentido, hay un aspecto que nos resulta curioso, respecto de la valoración que desde las izquierdas hacen del crecimiento de Ciudadanos. Durante años las izquierdas se lamentaban de la hegemonía del PP entre el electorado de derechas, lo que reforzaba su presencia parlamentaria frente a la división del voto de izquierdas, pero como se ha visto en las recientes elecciones catalanas, Ciudadanos ha acrecentado también su voto en zonas tradicionales de la izquierda, habitadas mayoritariamente por trabajadores y trabajadoras; algo que debería llevarles a una reflexión más rigurosa sobre la responsabilidad que tienen en ello y la necesidad de convencer con programas creíbles y compromisos serios que respondan a sus aspiraciones y esperanzas.

Los partidos de izquierda dieron un pésimo ejemplo a sus potenciales votantes tras la vuelta de Rajoy al gobierno y, pretendieron justificarlo y conformarnos, con el sorprendente argumento de que gobernarían desde el Parlamento. No fue ni será así. Rajoy les ha demostrado quién tiene la sartén por el mango; por más que se aprueben reprobaciones a ministros y ministras, por más que se alcance la mayoría necesaria para una iniciativa legislativa, los mecanismos legales que protegen la actuación del gobierno no dejan resquicio de duda sobre el fracaso de tan quimérico planteamiento.

La crisis política que acompañó a los partidos, paralelamente a la crisis económica, ha hecho estragos en la izquierda. El PSOE no logra consolidar y fortalecer el apoyo potencial que significó aquel revulsivo que fueron las primarias socialistas. Respetando su actitud de lealtad institucional en asuntos de Estado, ello no debería llevar a Pedro Sánchez a aparecer en segunda fila, sin iniciativa política, sabiendo además que su ausencia del hemiciclo le exige reforzar su presencia pública y comunicar propuestas en todos los campos que afectan a la vida diaria de la ciudadanía.

El resultado obtenido en Cataluña por el PSC debería alertarle de que, en un futuro muy próximo, para recuperar a los votantes de izquierda no le bastará con poner en valor aquellas primarias y referenciarse en unas siglas históricas.

En cuanto a la situación de Podemos y sus confluencias, todos ellos nacidos como referente de lo nuevo; que se nutrió de una de las experiencias modernizadoras políticas y sociales más ilusionantes en décadas: el 15M; que alcanzó en su primera participación electoral de las europeas de 2014 un éxito sin parangón, y volvió a deslumbrar en las generales de 2016 por el número de votos y diputados obtenidos, es sin duda sorprendente y lamentable ver cómo ha dilapidado gran parte de su capital político.

Aún cuando sigue teniendo una fuerte presencia parlamentaria y, de una u otra manera, gobierna en ayuntamientos y en alguna comunidad autónoma, ha sido incapaz de evitar aquellos tic de lo que llamaban «la vieja política» y han terminado embarrancando en las clásicas luchas de poder interno.

Su permanente duda sobre si hacer de la política lo posible o mantenerse en la pureza de lo deseable, junto a los dudosos y siempre inciertos mecanismos de decisión colectiva, les han llevado a cometer errores de bulto. Especialmente dañino para este partido y sus distintas marcas electorales ha sido su calculada indefinición en la crisis catalana, que ha dejado a CatComú–Podem muy por debajo de sus expectativas.

Para colmo, lo que empezó mal –la deseada unidad de la izquierda– lejos de ir a mejor ha empeorado y todo parece indicar que, en el ámbito de las relaciones entre PSOE y PODEMOS, se ha pasado de socios preferentes a socios imposibles.

La tragedia de nuestro país es que en la actualidad no cuenta con ninguna fuerza política con claro liderazgo que ilusione y fortalezca las esperanzas de los ciudadanos y ciudadanas en la resolución de los graves problemas que nos aquejan. La tragedia de la izquierda es que es ésta quien más se empeña en quedar alejada como referente de esas esperanzas y, mucho nos tememos, que en la política nacional es en estos momentos poco decisiva.