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Leonard Cohen

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15 nov 2018 / 15:34 h - Actualizado: 16 nov 2018 / 16:49 h.

El ultimo legado de Leonard Cohen antes de su fallecimiento fue la construcción de un Libro de Poemas que ahora ve la luz.

Según su hijo, “era lo que le mantenía vivo, su único objetivo vital.”

Vivir es un oficio duro; los asideros al hecho de existir son dispares y siempre vinculados a alguna creencia.

Hay quien se sostiene en la imagen de una Virgen o de un Cristo; quien muere invocando a su equipo de fútbol sostenido en una bufanda o quien lo hace mirando la estela de un hijo, como queriendo no partir sin apartarle las piedras que le aguardan.

De todo, sin duda, se ha hecho negocio; no en vano se erigen tumbas en el interior de los estadios y se esparcen cenizas durante el transcurso de los partidos, como describiera con ese arte que solo era suyo Lopera.

Sin embargo, quiero detenerme en Cohen y en todos aquellos que necesitan escribir aun más que respirar, ignorantes del destino de sus sílabas, pero conscientes de que a alguien aprovechará ese legado; que las palabras siempre crean.

Nadie se entretiene en estrofas; los libros que acumulan versos gravan su peso con el polvo de ser inéditos en las estanterías; a pesar de que España se define por su poesía como arte superior, sin obviar algunas de las cumbres de la romántica inglesa.

Recordar a Juan Ramón Jiménez negándose a pisar tierra española y a la utilización de su Premio Nobel, pero persistiendo en el oficio de poeta “y yo me iré...”; evocar a Miguel Hernández levitando palabras de amor sobre un rebaño de ovejas; o a Antonio Machado con un raído papel “esos días azules y ese sol de mi infancia...” en la única posesión en su adiós, no es solo construir país, sino un útil ejercicio hacia abortar la soledad extrema de la vejez y de la decadencia.

Cómo olvidar a María Zambrano en la búsqueda de lo sagrado; a Lorca temblando con el solo sostén de una pluma extinta de verde sobre un papel ensangrentado; o a Emilio Prados confesando a Altolaguirre su homosexualidad tras de una trinchera.

Porque los actos más importantes de nuestras vidas, los hacemos en soledad. Nacemos solos; morimos solos y el fracaso solo pertenece a los benditos fracasados. Quizas por ello la poesía también sea un acto esencialmente solitario.

Imaginar a Cohen, o a todos los que he mencionado, en el acto desgarrado de un verso, es también evocar el erotismo, la lujuria imposible del desdén y a la vez himno de la soledad.

Los mejores poemas nacieron de exilios reales o fingidos. La soledad es un exilio. Frente a ese tardío e inevitable descubrimiento, quizás nos convenga poner vino, amor, gozo, y apartar de nuestro pensamiento las piedras del camino de nuestros hijos... son más fuertes de lo que ellos mismos imaginan.

Poned en fin poesía entre vuestras existencias, siempre a la mano, nunca en una maleta; porque sólo así a la hora de la certeza de lo abismal de nuestras incertidumbres, tal vez podamos afirmar –como Cohen- que aun fuimos capaces de imaginar, soñar y vivir.