Qué fácil es juguetear desde algunas poltronas con la gestión del bien común y, cuando lo estropean, cuánto se esconden para no decir “He sido yo, la culpa es mía y lo pago con mi dimisión, la carta mejor y menos onerosa para asumir responsabilidades”. Qué cómodo es seguir cobrando una nómina del erario público aunque sea de grueso calibre la negligencia, torpeza o incapacidad y cause perjuicio a millones de ciudadanos. Nos estamos malacostumbrando en España al sobreesfuerzo que comporta hacer frente a un creciente volumen de incertidumbres donde debería estar más a resguardo la seriedad: el cumplimiento de las leyes, la formación de gobiernos, qué impuestos paga cada cual, la culminación de los concursos de oposiciones para docentes y para médicos, iniciar un curso escolar sin tener resuelto qué prueba de acceso a enseñanza superior harán los alumnos, entre otras cuestiones que son de cajón. A la seguridad jurídica la han mandado a paseo, con una excedencia sin fecha de retorno, y los causantes del caos cobran cada final de mes con toda seguridad, a costa de la población a la que perjudican, asaeteándonos con incertidumbres que nos hacen perder tiempo y dinero.
La tremenda impericia en el Tribunal Supremo para encarrilar las consecuencias de una sentencia importante, cual es dirimir que el impuesto por actos jurídicos documentados como las hipotecas ha de pagarlo quien presta el dinero y no quien se entrampa, supone el colmo de esta funesta tendencia en la que tener jerarquía consiste en paralizar el buen funcionamiento de la nación, cargarse los planes de cualquier persona, familia, colectivo, entidad o empresa e instituir la provisionalidad como manual de supervivencia.
No solo ha de recobrarse el ‘seny’ en Cataluña, la mayor fábrica de incertidumbres, donde han inventado la cualidad de dudar si han declarado o no la independencia. En muchos estamentos de toda España han confundido el concepto ‘sociedad de la incertidumbre’, que explica intelectualmente nuestra global época de cambios, oportunidades y riesgos, y perpetran una ‘modernidad líquida’ que consiste en chorrearnos con incertidumbres fruto de sus torpezas. Les sale gratis, porque quien la hace no la paga.