Licencia para espiar

La compra-venta de datos de usuarios de internet y redes sociales es un hecho tan obvio que no se explica el revuelo organizado tras constatarse que Facebook hace negocio con ellos.

Image
24 mar 2018 / 17:17 h - Actualizado: 24 mar 2018 / 17:19 h.

No sé de qué se sorprenden. En serio. No entiendo que se considere un escándalo informativo la constatación de que ciertas grandes consultoras y ‘creadoras de opinión’ han hecho uso de información personal de millones de ciudadanos obtenida a través de la red social Facebook. ¿Acaso alguien lo dudaba? ¿De verdad no somos conscientes de que cada vez que cliqueamos en un contenido de un buscador de internet alguien, o más bien ‘algo’, está registrando esa información sobre nuestros intereses o nuestros gustos?

Estos días, a propósito de las últimas revelaciones sobre la venta de datos de los usuarios de Facebook a la consultora ‘Cambridge Analytica’ y el uso que se hizo de ellos para presuntamente influir en el proceso electoral que llevó a Trump a la presidencia de EEUU, se ha desatado una corriente de comentarios que considero absolutamente injustificados. No porque me dejen indiferente tales prácticas, muy al contrario, sino por lo evidente que me ha parecido siempre que internet no es un milagro ni un gran paso para la humanidad, sino un negocio. Y muy pero que muy rentable. A qué viene ahora esta reacción de asombro ante algo tan obvio.

Primero, que el lema de ‘Cambridge Analytica’ es “Cambiamos el comportamiento de la audiencia”. Toma escalofrío desasosegante. Y después que gratis no hay nada. Que si algo nos sale gratis, como es el caso de las redes sociales y los buscadores de internet, es porque nosotros ‘somos’ el producto que se compra y se vende. Y esa compañía de análisis de datos por lo menos tiene a la vista su objeto social, pero cuando accedemos en la Red a cualquier página –divulgativa, informativa, cultural o de servicios— y nos avisa de que usa ‘cookies’ para un fin no especificado y que si no le damos a aceptar no vamos a poder ver su página, que sepan ustedes que esa cruz en ‘aceptar’ significa que pagamos con nuestros datos por los contenidos a los que deseamos acceder. A cambio de navegar por internet consentimos a diario y reiteradamente que nos vigilen esas ‘galletas-espía’ a las que les abrimos las puertas de nuestro ordenador o móvil.

El tal Mark Zuckerberg, que es un icono de la nueva vida que nos espera, ha accedido a testificar ante el Congreso de los Estados Unidos por esa venta de datos, pero hasta que los gobernantes del mundo globalizado no metan la mano y regulen con leyes de verdad el universo internet (que también es para mí un misterio ese carácter de ‘intocable’ de la Red en nombre de una estúpida defensa de no sé qué libertad virtual para descerebrados) yo seguiré pensando que esto va a ser como la caída del imperio romano: un desbarajuste.

Y una cosa voy a decir: lo mismo que me fío poco del uso que pueden hacer de la información que tienen sobre mí en internet..., de las recomendaciones de hoteles, coches, viajes, compañías de seguros, compras en general, moda, complementos y demás... no me fío nada. Na-da. Todos esos ‘me gusta’, puntuaciones que parece exhaustivas, opiniones ‘independientes’ y exhibiciones de los ‘influencer’ (que me río yo de su autoridad para influir) constituyen un engranaje de manipulación para dirigir nuestras preferencias hacia donde les interesa a quienes están haciendo el negocio padre con internet. Esos sí que son libres, y no los incautos que navegamos con el rumbo que nos trazan. Recuerden el lema de los que compran sus datos y reflexionen, para que estén curados de espanto: “cambiamos el comportamiento de la audiencia”.