No sé si será por los años o por qué extraña razón, pero soy un bético que quiere que hoy gane el Sevilla y el domingo también. Luego ya me entenderé con mis sobrinos, que son iguales de béticos que lo era yo hace cuatro décadas, cuando no podía ver al Sevilla ni en pintura, aunque los domingos que no jugaba el Betis me iba al Sánchez-Pizjuán a ver el buen fútbol de Babi Acosta o Bertoni. Una novia me dejó por hacer eso, porque su padre, que era un bético enfermizo, le dijo que había llevado la ruina y la vergüenza a la familia y obligó a la pobre muchacha a destrozarme el corazón. Con los años se van yendo los fanatismos y uno aprende a amar su ciudad por encima de los sentimientos. Llámenme traidor, si quieren, pero hoy seré un aficionado al fútbol, a secas, animando y jaleando al Sevilla. Tampoco es que me vaya a enfundar esa camiseta ni a poner una bandera de del club nervionense en el balcón de mi casa, pero ya tengo preparados unos gambones y una botella de manzanilla para disfrutar de una gran final y, si llegara el caso, de la victoria de uno de los dos clubes de Sevilla.