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La Tostá

Lo jondo al fresquito

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
03 jul 2019 / 08:41 h - Actualizado: 03 jul 2019 / 08:43 h.
"Flamenco","La Tostá"
  • Juana la del Revuelo en el Potaje Gitano de Utrera. / Carlos Hernández
    Juana la del Revuelo en el Potaje Gitano de Utrera. / Carlos Hernández

Los festivales flamencos del verano nacieron en los cincuenta con la creación del Potaje Gitano de Utrera, pero comenzaron a proliferar con fuerza en el inicio de los sesenta. No quiere decir que antes no hubiera flamenco al aire libre, que ya lo había a mediados del XIX en corrales de Triana, por ejemplo, cuando un conocido promotor, un tal Péicker, llevaba turistas al arrabal atravesando el puente de barcas para que disfrutaran del arte sevillano más genuino. Antes de los festivales de los pueblos andaluces, tal y como los conocemos hoy, algunos artistas formaban compañías y recorrían los cines de verano con estrellas como Juanito Valderrama, la Niña de la Puebla, Manuel Vallejo o El Estampío. Pero con la ópera flamenca agotada y los ídolos un tanto quemados, en pueblos como Utrera, Arcos de la Frontera, Mairena del Alcor, Morón, La Puebla de Cazalla, Lebrija, Ronda, Los Palacios y Puente Genil decidieron abrir una nueva etapa del género y crearon unos festivales que siguen ahí después de más de medio siglo, lo cual es un milagro. Pocas cosas se han inventado en Andalucía tan importantes como los festivales de la época estival para disfrutar del flamenco más puro en corrales grandes, plazas de pueblo o patios de almacenes de aceitunas. Colocaban un escenario más o menos sofisticado, adornado con barriles, cántaros o alpacas de algodón, confeccionaban un cartel con tres duros y les llegaba el sol mientras alguien cantaba unas tonás o una bailaora movía un mantón con destreza y arte al son de una guitarra de Ramírez o Barbas. Cerca del escenario, o no tan cerca, un ambigú donde se expendían cervezas, vinos y tortillas camperas, además de la clásica gastronomía del pueblo, desde el gazpacho hasta la berza o los caracoles. Bien, pues hay quienes llevan tiempo intentando que esto pase a la historia porque dicen que atenta contra la dignidad de los artistas y del propio género. Que es más digno un teatro con buena caja, sonido de escándalo, cómodas butacas y luces de cine. ¿En verano, un teatro cerrado y con aire acondicionado? ¡Venga ya! Pues sí, lo hacen ya en pueblos como Los Palacios, Arahal o Lebrija. Han acabado con aquellas noches largas e inolvidables en las que un Antonio Mairena, una Matilde Coral o un Antonio Farruco lograban que las estrellas y la luna brillaran a compás. Es verdad que estos festivales agotaron un poco la fórmula y que algunos eran muy pesados. Es cierto. Sin embargo, se echan en falta y menos mal que en algunos pueblos siguen con la hermosa tradición, ahora con mejor infraestructura, carteles más cortos y escenarios más o menos logrados. Si se acabaran algún día estos festivales de verano tal y como los conocemos, al fresquito y con un ambigú donde poder comerse una tortilla campera o beberse un buen vaso de gazpacho, sería para organizar un gran funeral. Todo es mejorable, pero no entendería el verano andaluz sin que alguien me partiera el alma cantando por soleá bajo las estrellas y con la luna como testigo.