Lopera, Lina Morgan y muchas caretas

Image
23 mar 2017 / 22:45 h - Actualizado: 23 mar 2017 / 22:53 h.
"Sevilla FC","Biris","Alguien tenía que decirlo","Javier Tebas"

El Sevilla está en medio de una guerra en la que el sistema del fútbol español no hace más errar sus cañonazos a las moscas. Conviene siempre recordar que desde 2014 los principales dirigentes del fútbol iniciaron una campaña de actuación contra la violencia en los estadios, acorralados por las autoridades y, sobre todo, por la alarma social, por la opinión pública, indignada tras una pelea sucedida en Madrid entre ultras del Deportivo de La Coruña y del Atlético y que acabó con la muerte de una persona. La primera medida fue aplicar las leyes que se habían estado saltando a la torera durante años. La segunda, aplicarlas con diferente intensidad según contra quiénes, según dónde y según la relevancia mediática. Una batería de estúpidas sanciones destinadas exclusivamente a curarse en salud, un «a mí que me registren» preparado para cuando alguien les acusara de no hacer nada. No hacía falta un doctorado en derecho ni las neuronas de Stephen Hawking para prever que esa fulminante reacción tras la muerte de Jimmy –un asesinato a gastos pagados– no iba a reducir la violencia en los estadios. Primero porque apenas la hay física en los campos de España desde hace años, más allá de episodios asilados e individuales. Y segundo porque sucede en las calles, donde la responsabilidad y competencia de los clubes es cero.

Cualquiera que aplique el sentido común se da cuenta enseguida de que sancionar insultos en los estadios, por muy mal e injustificados que estén, va por un camino muy distinto al que siguen los que se pelean en las calles con grupos rivales, raíz de todos los males. No hace falta ser jurista para no encontrar un argumento sólido que permita sancionar a una persona, física o jurídica, por algo de lo que no es responsable. ¿Qué puede hacer un club para impedir que se insulte en sus gradas? Nada. ¿Cómo se puede justificar la sanción a un club que a la vez es ensalzado por las medidas que intenta aplicar para evitar la violencia física o verbal? No hay manera. Vayamos más lejos: ¿qué podría hacer un club para evitar que alguien lance, por ejemplo, una moneda? Nada, absolutamente nada. Lo dicho, todo esto es una lamentable pose cargada de caretas. Todo esto es tan ridículo que, en el caso del Sevilla, se ha cerrado un pequeño sector de una grada cuando el cántico contra el capitán del Real Madrid se hizo en todo el estadio aquel día, tras los gestos del jugador. Todavía tendrán que dar gracias en Nervión...

Una vez me dijo Manuel Ruiz de Lopera, expresidente del Betis, que estaba indignado con el cierre del Villamarín porque no entendía que por la acción de una persona, que además había sido detenida, tuviera que pagar el club y toda la afición. El razonamiento loperiano era incontestable, y fue apuntalado con un ejemplo demoledor: «A mí me gusta mucho Lina Morgan, si yo voy al teatro a verla y alguien le tira algo ¿a que no cerrarían el teatro? Poyastá». Ni el mejor abogado, oiga. No lo recuerdo bien, pero probablemente se refería a una de las mayores tropelías jamás contadas, y eso que el infame catálogo es extenso: Betis-Athletic de 2008, un espectador lanza una botella de plástico a Armando, portero rojiblanco; partido suspendido y agresor detenido por, entre otras cosas, la actuación de muchos aficionados. La respuesta de los organismos del fútbol español fue multar al Betis, clausurar su estadio dos partidos y, agárrense, ¡regalar los tres puntos al Athletic! Olé. Hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para no vomitar.

La raíz, como en todos los males de esta sociedad, es la (mala) educación. Arreglarlo de un plumazo es inviable, luego toca pensar. Y actuar de verdad, no de cara a la galería. Lo único claro es que entre todos estamos acabando con el fútbol y que los que mataron a Jimmy no dejarán de pelearse porque no entra una pancarta del Frente Atlético; o que los que fueron a El Papelón seguirán buscando pelea aunque no puedan insultar a Ramos. Y además, surgen muchas preguntas: ¿qué hacer con los aficionados de esos sectores que nada tengan que ver? ¿Por qué lo que hicieron los ultras del Real Madrid ante el Sevilla ni se comenta ni se trata? ¿Y qué pasa si los que insultan son los aficionados visitantes? ¿Y si alguien le mete mano a los violentos pero de verdad?