Qué bonito es el amor en cualquiera de sus manifestaciones y circunstancias. He conectado con San YouTube y escucho a Julio Iglesias. Un día le tuvimos envidia muchos varones cuando se filtró la realidad o leyenda de la cantidad de mujeres con las que se había apareado. No me extraña que le salgan hijos por ahí. Los púberes que tuvimos amores de verano, si acaso, y salvo excepciones, llegábamos a algún piquito o morreo y con eso regresábamos flotando al lugar de origen.
Supongo que lo nuestro con Julio Iglesias sería envidia de pene, como diría Lacan, qué hombre Julio, qué alto ha dejado siempre el pabellón patrio. Le cogimos cariño con la película donde narraban que no pudo ser portero del Real Madrid por accidente de coche pero cómo se superó el tío –mejor que el niño de Karate Kid– hasta llegar a cantarnos La vida sigue igual aunque a mí me guste más la versión que hicieron Los Gritos.
Luego se fue con Gwendolyne a Eurovisión y los diseñadores de imagen le hurtaron los bolsillos de la chaqueta para que no se metiera las manos como era su costumbre. Raphael se la quitaba y este buscaba en sus faltriqueras. Por cierto, a Gwendolyne la bautizaron como la canción del termo porque en la letra decía: «tan dentro de mí conservo el calor». Claro que cuando Camilo Sexto cantaba aquello de «algo de mí se va muriendo», algunos sostenían que era la canción del leproso y cuando Henry Stephen entonaba «mamá regó azúcar en mí», decidió el pueblo que aquello debía ser el himno del diabético. Mala leche que tiene el personal.
Después, cuando Julio Iglesias se volvió internacional y se largó a Miami ya no nos sentó tan bien. «Sí, mucha España pero desde Miami, ¿y los impuestos?», le decían al pobre hombre. Cuando estuve en Miami vi desde lejos su mansión, aislada de la ciudad estando en la ciudad. No fui a saludarlo porque no tenía tiempo y bien que lo lamentó él.
Con el Iglesias de fondo y otras coplas, hemos hecho lo que hemos podido con los amores de verano. Antes, durante y después del Meyba, legendario bañador que era el no va más aunque podía apretarte por la parte de la huevera donde solían ponerle una especie de elástico, algo molesto, que incluso podía originarte irritación cutánea con el sol, el agua y la sal del agua.
Como dijo un colega del mundo periodístico, yo, entonces, como ahora, ya durito, con canas y calva en lo alto (el claro la llama mi peluquero Ricardo, en Triana, que también se habrá metido a posmoderno). ¡Calva, muchacho! Igual que la parte alta del teatro Maestranza, la más barata, se llama Gallinero y no Paraíso porque en el Paraíso se está en el patio de butacas. Decía que yo, antes y ahora, como sentenció aquél, era y soy monógamo de hecho y de derecho pero polígamo de deseo y que me perdone monseñor Asenjo. Freud creía que estos instintos no debían reprimirse porque luego salían neurosis pero si no los reprimimos nos mataríamos unos a otros, ya lo transmitió Moisés: «El noveno, no desearás a la mujer del prójimo» ni a la mujer más próxima (esto es ya cosa mía). Creo que no tengo arreglo, de marxista-leninista he pasado a machista-feminista, a mi modo. Pero, oye, que la cosa se puede aplicar también a la hembra que lo desee, nunca mejor dicho y deseado.
No hacen falta músicas para enamorarse en verano ni en otra estación, las vidas de los humanos –sobre todo en la juventud– están determinadas por sus hormonas y los amores de verano –como los botellones o las discotecas– son ceremonias de apareamiento al estilo Ñu pero con toque humano. Mi caso es algo desalentador, tuve amores de verano pero no solían corresponderme, debió ser por mi falta de lanzamiento y por lo esmirriado que era, todo lo contrario que los mozos de ahora, con camisetas ajustadas, pectorales pronunciados y fuertes, espaldas amplias, cabezas pequeñas y pelonas y tatuajes considerables. Nosotros, salvo las excepciones de los niños del Náutico o del Mercantil que remaban y vestían el chisme ese con el cocodrilo verde, solíamos ser canijos e inocentes, pues anda que no va nada de estar con la familia en Piscinas Sevilla a lanzarse desde el balcón de un hotel a una piscina y pegarse el carajazo.
Ay, qué gustito conllevaba ver esos bañadores y sobre todo esos bikinis negros en las niñas estivales. Y por las tardes-noches, al ocaso (buena compañía de seguros), algún baile con derecho a roce pero dentro de un orden. Me parece que antes se bailaba agarrado más que ahora: «Oye, macho, pon ya lo lento que es tarde», decía José Sacristán –refiriéndose al que pinchaba los discos single de vinilo en los guateques, que solía ser el más tímido con las féminas– cuando actuaba de presentador de radio y contaba su pasado en la película de Garci, Solos en la madrugada, donde nos colocó como música aquella maravillosa copla, Cuando calienta el sol, de los Hermanos Rigual, y también Melodía desencadenada de Righteous Brothers que luego, en los noventa, se hizo famosa con la cinta aquella tan ramplona, Ghost, cuando la peli de Garci era de 1978 pero, claro, no tenía a Hollywood detrás. Agarraditos, ma non troppo, qué sensaciones entraban por el cuerpo, a ver quién nos quita lo bailao con los amores de verano, todos morenitos cuando el sol calentaba pero sin la mala uva de ahora y apenas usábamos protectores solares.
En la peli La gran familia, uno de los quince hermanos regresa enamorado perdido de unas vacaciones de verano que consumó la familia gracias al estado franquista que en el film hace propaganda a favor de la procreación y de sus servicios de Educación y Descanso para familias numerosas. No me tomen por franquista –más bien por abuelo alegre y nostálgico– pero qué dos palabras tan bonitas: Educación y Descanso. Y el joven de La gran familia retorna a Madrid con el corazón azul y la piel morena.
No sé ahora –porque odio el verano sureño– pero antes (antes y ahora, antes y ahora, qué pesados sois los viejos, y el antes siempre era mejor, ¡anda ya, viejo cronista, vete al carajo con tus batallitas de pitiminí!, el ahora es siempre mejor que el antes, que no te enteras, Contreras).
¡Ejem! Decía, antes de esta interferencia misteriosa, que antes el que no acababa el verano moreno y lo enseñaba en la oficina o en cualquier otro trabajo, colegio, instituto, universidad, quedaba en evidencia por pobretón. Claro que con decir que había estado en Matalascañas o en el pueblo de su madre o abuela era suficiente. Ahora mola más lanzar que uno ha acudido a las islas esas de cocoteros donde las aguas cristalinas de las playas están caldeadas como el Avecrem, playas de lugares todos muy semejantes hasta el punto que yo me sé de uno que se largó de viaje de novios a una y después no me sabía concretar exactamente dónde había estado.
Es comprensible, desde la pasión y el hotel al bus y en él a los cocoteros y de ahí a comprar bagatelas y visitar las iglesias que suelen ser parecidas porque las construyeron los viejos colegas de esa raza española cuyo miembro llegaba donde no llegaba su espada, si sería poderoso cual acero de Albacete. Ahora leo anuncios sobre cómo combatir la impotencia, qué dinámica de degradación de la raza ibérica, puede que por ello se quieran independizar los catalanes y por supuesto los vascos con su RH personal e intransferible porque lo que es el miembro castellano está de mástil caído, quién lo ha visto y quién lo ve, como al PC que antes era Partido Comunista y ahora Personal Computer.
Hay una película por ahí en las videotecas donde una familia venida a menos que siempre fanfarroneaba con el veraneo, cierra puertas, ventanas y balcones y finge estar de vacaciones pero se queda encerrada con tal de que nadie se entere de sus vacas flacas. La he buscado en el nuevo Templo de Delfos, Google, pero ya me he cansado, a ver si el lector hace feedback y me dice de cuál se trata.
Curioso, los blancos quieren ponerse morenos como señal de poderío y los morenos desean ser blancos por lo mismo. En El Paso y en Los Ángeles (ambos en Estados Unidos) he visto a colegas de habla, o séase, hispanoamericanos, que se teñían el pelo de rubio (sobre todo ellas) y disimulaban su tez, negándose, por ejemplo, a hablar en castellano cuando cualquiera se daba cuenta de su procedencia. Como se sabe, hay desde hace tiempo cirujanos especializados en occidentalizar a la gente. Y algunos de mis colegas en la universidad y no pocos seres inocentes en las organizaciones solidarias, hablando de estudios culturales, multiculturalismo... En la Sierra Tarahumara, al norte de México, he visto a indígenas procedentes de aquellos conquistados por los vascos y los jesuitas, flipando con un sopinstant y dejando a un lado sus maíces y sus tortas de toda la vida.
Como a estos inditos les pongan una playa puede que les dé por los amores de verano y por teñirse de rubio, aquí no se puede ser imperfecto, el desodorante actuando las 24 horas del día, y a ver, moza, para echarte un amor de verano tienes que parecerte un poquito a la protagonista de Wonder Woman que sí, mucho feminismo de su directora pero la protagonista debe ser una escultura griega estilo tebeo, no conozco a una heroína de este tipo gorda o bizca. Y en cuanto a los mozos, buena planta como los de los anuncios de colonia aunque ya se sabe que la belleza está en interior, sí, por supuesto, pero la bestia de La Bella y la Bestia al final manda a tomar el sol cancerígeno a su horrible aspecto y se convierte en un atractivo príncipe, cómo nos engañan, puñetas, vivan los michelines, los culos gordos, las tetas prominentes de hombres y mujeres, las barrigas varoniles o no, y esto es lo que hay, si no, al cine a que te laven el coco o a internet y te haces vegano. Si nuestros antepasados se hubieran metido a veganos a ver cómo hubieran soportado las glaciaciones para que llegáramos al veraneo con nuestras pamplinas de homo sapiens ignorensis.
¡Dejadnos vivir, coño, aunque sean menos y feos! ¿Es que no es bastante con el gazpacho y el salmorejo de Salsas de Salteras, el arroz a la marinera del Restaurante Bolonia, las codornices de Casa Ruperto y los vinos de Constantina, el Aljarafe o El Condado? (añádase lo que proceda y táchese lo que no: interactividad pura, modernidad estival).