Los hombres que tenían más huevos

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03 nov 2017 / 23:05 h - Actualizado: 03 nov 2017 / 23:05 h.

Conducía quien suscribe felizmente para su casa cuando, al llegar a una esquina, un verraco antropomorfo tuvo a bien estampar su coche cargado de prole (porque otra cosa no, pero prolíficos...) contra el de un servidor. El tipo salió a parlamentar como parlamentan los ñúes. Tenía aproximadamente la misma cantidad de papeles que Bugs Bunny y una inquietante catadura, y todo fue sentir a lo lejos las sirenas de policía avisando de su benéfica presencia cuando se puso bravo y, montándose de nuevo en el coche del que jamás debía de haber salido, exclamó: «¡Ahora vamos a ver quién tiene más huevos!», y metiendo primera se desenganchó de mí –hasta entonces– precioso utilitario, que quedó de ese modo en siniestro total, y salió como alma que lleva el diablo, probablemente en sentido literal. No sé. Siempre me ha molestado mucho la gente que tiene «más huevos». De hecho, llevo toda mi vida expuesto a su influencia maléfica, a su discurso cínico y victimista, a su cobardía envalentonada, a su impunidad. Siempre salen ganando: he ahí una de las recompensas de ser un desaprensivo. Nunca escuchan, nunca respetan, nunca ceden. Solo tienen «más huevos». Pero por suerte para todos, en ocasiones muy raras, resulta que estos abusadores pierden y les dan su merecido. Y uno, que era muy de leer a Shakespeare cuando tenía tiempo, se pregunta con él si no habremos sido injustos con ellos, después de todo. Somos como ese jugador honrado que, al ver caer los dados a su favor, se pregunta si no habrá hecho alguna trampa. No. No hemos hecho trampas. Por una vez, reciben lo que se merecen. Aunque no siempre tengan huevos de soportarlo.